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Un concepto en busca de definición: el amor

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 26 feb 2023
  • 6 Min. de lectura

El Bronzino, Alegoría del triunfo de Venus.



Tullia d'Aragona retratada por Moretto da Brescia.


Un concepto que nos habita y que siempre está en busca de definición es el amor. Sabemos que toma múltiples formas, y sus declinaciones están sujetas a la historia, como si el momento histórico quisiera atrapar algo que se escapa, y que sin embargo va a la raíz de las relaciones humanas y el sentido de la vida. Además, en su naturaleza tan cambiante y extensiva, atraviesa la naturaleza, las personas y las cosas, en un amor que también se viste con el hábito de la pasión, y penetra por la vía del corazón hasta la fuente misma y la más sutil, en el amor divino que sigue suscitando búsquedas y experiencias no fácilmente definibles por la razón.


Dado que su definición está tocada por el momento histórico, también lo ha estado por la polémica entre sus facetas masculina y femenina, en discusiones que parten del cuerpo para llegar al espíritu. Nuestro interés al mirar este tema que tanto nos implica es abrir una puerta hacia el Renacimiento, periodo desde el cual nuestra actual concepción del amor tiene sus más profundas raíces. En esta visita, un punto central fue la traducción del filósofo y filólogo Marsilio Ficino (y también médico protegido por los Médici) del Banquete de Platón, los diálogos escritos bajo el método socrático sobre la naturaleza del amor. Éstos fueron publicados en 1474 (un año después de ordenarse sacerdote) gracias al joven arte de la imprenta, lo que permitiría esa expansión de obras e ideas que alimentaría otras discusiones. Y cuya influencia filosófica influiría en obras como En nacimiento de Venus, de Botticelli, pintado hacia 1485, que suscitaría un cierto escándalo por el tema y la desnudez de la diosa. Así que nos interesa permanecer por un momento en el círculo intelectual que floreció bajo el patrocinio de los Médici, cuya fortuna y vínculo con la política papal, los llevaría a tener alianzas con los reinos vecinos.


Imaginemos la floreciente corte de Cosme de Médici, casado con la hija del virrey de Nápoles, y tan cercano al emperador Carlos V como lo estaba con Francisco I de Francia. Allí, en esos remansos filosóficos entre humanistas, el amor sería uno de los temas más recurrentes, como la fuerza que da sentido al mundo y une al hombre con la divinidad, pero también cómo y hasta qué punto, tocado por su libre albedrío, puede dirigirse por los meandros más inesperados. Apoyada por los vuelos del neoplatonismo, el alma humana seguía un itinerario, desde el amor a la belleza terrenal hasta el culmen en la contemplación divina. La cuestión era cómo sortear los valores del mundo, del engaño de los sentidos y sus derivaciones morales hasta llegar a definir los valores religiosos necesarios para llegar a la trascendencia.


Así que la visión del amor tomaría dos vertientes, entre la representación pictória y la discusión filosófica, por lo que, de inicio, siempre hay una diálogo entre imagen y concepto, esta vez en femenino. El Renacimiento nos ofrece dos figuras femeninas que me gustaría poner en contraposición: por un lado, la Venus de El Bronzino, y por otro, la escritora y cortesana Tullia d’Aragona, que publicó en 1547 su Dialogo dell’infinità d’Amore, impreso por Gabriele Giolito de` Ferrari, el conocido editor de Dante. Las puertas se abrieron para esta mujer nacida en Roma en 1510, ya inserta en un círculo de educación y culto a la belleza a través de su madre Giulia Campana, una cortesana muy conocida y elogiada de su tiempo. La relación con humanistas y poetas comenzó desde su infancia, destacándose desde muy temprana edad por su intelecto y también por su belleza. Transitando entre varias cortes y ciudades, en Florencia fue acogida bajo la protección de Cosme de’ Medici, cuya corte era uno de los epicentros del arte. Por otro lado, ya desde 1539, Agnolo Tori, conocido como El Bronzino, también trabajaba para esta poderosa familia y pronto se volvería el pintor oficial. Bajo su mecenazgo produjo la Alegoría del triunfo de Venus, que podría haber sido elaborado como un regalo para el rey Francisco I.


Una obra como esta está construida entre polaridades. El centro lo forman el erotismo entre Venus y Cupido: la diosa es el origen, la fuente del amor, y su hijo el mensajero, la fuerza de atracción. Alrededor están todos los elementos relacionados a las pasiones que desata y que platean puntos de contraposición: el Placer (en el putti), el Engaño (la inocencia de la niña en el fondo que en realidad es una serpiente), los Celos (en ese hombre que está transido de dolor, hasta llegar a la locura), el Olvido, arriba, mirando la escena, y finalmente el Tiempo (el padre Cronos y su poderoso brazo), que puede limitar el amor (enfrentándolo a la separación o la muerte), o bien, que lo libera de todos los yugos. El amor se desenvuelve entre potencialidades y polos. Aunque nuestra mirada se fija en Venus y Cupido, las otras posibilidades pueden tomar también el centro dependiendo de los momentos; hay elecciones y dudas frente a la seducción y el placer, dentro de la búsqueda de algo más trascendente. El Bronzino también se movía entre varias ciudades, pero sería en Florencia donde tal vez encontraría a Tullia d’Aragona, una de las mujeres más agudas de la corte. Y tal vez amparados bajo el gran fresco de Andrea del Sarto, el Tributo a Cesare en la Villa Medicea, participarían en las conversaciones alrededor de otra forma de amor, la fidelidad al protector y soberano.


Así que nosotros establecemos este encuentro imaginario, básicamente porque se trata de un momento donde confluyen discusiones sobre la naturaleza del amor, sobre la representación femenina y su intervención en los discursos vigentes en esa época. Gracias a la difusión de la imprenta, hay referencias anteriores en circulación sobre el tema del amor y los sentidos, desde Pietro Bembo hasta León Hebreo, en sus Diálogos de amor de 1535.


Si el hombre era el centro del microcosmos entre materia y espíritu, entre cielo y tierra, el papel femenino estaba tratando de integrarse dentro de este diálogo entre cuerpo y espíritu. Por ello, que Tullia d’Aragona establece una discusión imaginaria con dos intelectuales de su tiempo para poder definir lo que es el amor visto por una mujer: primeramente, el deseo de unión con lo bello, con lo cual amar sería desear que se diera la unión. El amor, en su naturaleza proteica, es una fuerza que se manifiesta a través de la creatividad, de la belleza, que toca no solo emociones sino ideas y pasiones, y que busca una definición de quien transita por el amor, pero también del otro, de quien lo recibe, y que también lleva a definir quién es. La mujer es punto de partida y de llegada en ese encuentro. Y en un momento en que algunas están ganando mayor protagonismo, por ejemplo, como pintoras (como Sofonisba Anguissola), como latinistas (Beatriz Galindo) ligadas a mujeres de Estado, la cortesana pone de relieve la capacidad intelectual y moral femeninas, siendo este sexo a veces poseedor de mayores cualidades morales que tantos hombres. Con lo cual, la mujer podía llegar al amor perfecto que es el que unía el cuerpo y el espíritu. Esta discusión, que tomaba fuerza desde la poeta Christine de Pizan en el siglo anterior (en la corte de Carlos VI de Francia, y sobre todo apoyada por su esposa, Isabel de Baviera), quería reivindicar el valor de la mujer, por lo menos en los círculos humanistas. Además, este diálogo escrito por Tullia es el alegato de una cortesana célebre, que ante todo era una mujer educada, justo cuando ya estaban cambiando los tiempos de tolerancia y el Concilio de Trento imponía más reglas y restricciones, incluyendo sobre las imágenes. Dado que se encontraba bajo la protección de Cosme de Médici, éste evitaría que ella tuviera que llevar, debido al cambio de leyes suntuarias, un velo de color amarillo que identificaba a las cortesanas, gracia a que ella tenía, según las palabras del mismo duque de Florencia, “un raro conocimiento de la poesía y la filosofía”.


El interés por hacer esta breve visita al siglo XVI es dar cuenta de cómo las corrientes del pensamiento vigentes, entre el aristotelismo y el neoplatonismo, se van tejiendo para tratar de definir algo que se les escapaba de las manos. Sin embargo, la presencia femenina resultaría necesaria para complementar esta visión, ya fuese por El Bronzino, en donde la atracción de Venus (que también en astrología es un astro femenino) no dejaba de tener ciertos tintes de Eva, y mostraba que el trayecto amoroso es muy complejo, siempre entre Escila y Caribdis, para tratar de llegar a buen puerto. Todas estas participaciones femeninas y alrededor de lo femenino buscan partir de un momento definido hacia el misterio de lo que no se sabe, en donde los participantes observan y tratar de definir su lugar en el mundo, y al mismo tiempo cuál sería la relación con la fuerza que los ha creado. El amor, al final, en sus múltiples definiciones, es un proceso interior lleno de ecos del pasado, de las raíces de muchas culturas que pueblan nuestro inconsciente. De alguna manera implica volver al mito de la creación, con nuevas interpretaciones, o bien a los antiguos dioses, a entender cómo Venus podía ser la clave para entrar a las potencias que se esconden en el corazón, y aquí, a medida que avanza el siglo, esas intuiciones se irán perfilando en un filón femenino de una espiritualidad cada vez más potente, que estallará en la mística.

 
 
 

1 Comment


Paco Mendoza
Paco Mendoza
Feb 26, 2023

Ah, Tullia, me gusta casi tanto como Simonetta Vespucci. Quién pudiera haber visto, aunque fuera por el ojo de la cerradura, aquella maravillosa corte de los Médici. A lo más que llegué, fue a comprar en París hace casi 40 años, una edición veneciana de 1545 de los Dialoghi di amore que luego vendí a la BNE (al menos, ahí seguirá estando cuando yo ya no esté).

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