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En un momento de inicios: el misterio de la serpiente

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 18 ene
  • 7 Min. de lectura

Alberto Durero, Adán y Eva (1504)
Alberto Durero, Adán y Eva (1504)

Hay historias que recibimos desde la niñez que son una caja de resonancia. Algunas representan incógnitas (como las que tienen que ver con los principios y finales de las cosas) que no se resuelven durante años, y se vuelven más complejas con el tiempo. Una de ellas que ha tenido a la humanidad en vilo es la de la creación del hombre, que tiene su inicio en un lejano Génesis. Esta historia, que me contó mi padre hace muchos años, me pareció fantástica: un hombre y una mujer vivían en un hermoso jardín donde encontraron una serpiente que habla, y lo que dijo fue tan importante como para convencerlos de dejar ese lugar perfecto (y tal vez algo monótono) para dirigirse a una vida en donde existía el dolor. Para mí lo más increíble era que no sólo mi padre, sino que tantas otras personas parecían pensar que algo de eso podría ser verdadero. Lo que se descubre pronto en la vida es que los mitos son historias de las que no se puede escapar, y en mi caso, sin duda tenía más encanto una serpiente parlanchina que el arisco mono de Darwin.


El Génesis ha dejado una impronta no sólo en el imaginario, sino en el subconsciente, como un significado oculto, con un sentido que ha obrado como un sello en la mentalidad durante muchas generaciones. E igual que hace miles de años, seguimos viendo con estupor, duda o recelo a esos primeros padres: Adán (o Adam, que significa “hombre”, y “hecho de la Tierra”) y Eva (Havah, “la fuente de vida”). En lo más profundo del ser, el alma piensa y se proyecta en imágenes, y se alimenta de aquellas generadas por las historias desde el inicio de la humanidad. Sólo las alegorías tienen sentido en el largo transitar de los milenios. Para esos personajes, el arte ha proveído el punto de fuga a través del cual se puede proyectar un haz de luz sobre los antiguos mitos. 


En 1504, Alberto Durero regresó después un largo viaje por Italia, buscando afinar sus conocimientos de perspectiva y anatomía. Uno de los primeros grabados que sacó de sus prensas (mientras contemporáneamente Miguel Ángel estaba terminando el David), fue su interpretación de Adán y Eva. La estampa muestra un bosque oscuro (no lejos de la espesura del Dante de la Divina Comedia), y allí dos figuras desnudas emergen del paisaje. La luz las dota de una enorme claridad e inmediatamente las reconocemos: se trata del primer hombre y la primera mujer según la tradición, en el instante mismo en que toman conciencia del árbol del bien y del mal, o bien, del árbol de la sabiduría. Ella recibe con placidez una manzana de las fauces de la serpiente (que también parecería esbozar una pequeña sonrisa): el fruto simboliza no sólo la tentación, sino el conocimiento, y por una extraña paradoja, esa vía es el canal de regreso a la inmortalidad que es el origen del alma. No podía ser de otro modo, pues la serpiente es un animal misterioso que se mueve entre la tierra y el cielo, acercándose no sólo los dioses, sino también a los hombres, abriendo nuevos canales.  


 Y así fue cómo tanto por este acto simbólico con Eva, como por su larga trayectoria, la serpiente se transformó en el símbolo del mal, pues en un paraíso en donde parece reinar la eternidad, la serpiente es sin duda la dueña del tiempo. A partir de una temporalidad no lineal, sino cíclica, ese hombre y esa mujer primigenios, se dieron cuenta en primera instancia de su desnudez y de su mortalidad, para, en una segunda instancia, comprender no sólo su vulnerabilidad sino la fuerza escondida en sus orígenes divinos. En este juego de perspectivas, el “mal” resultaba el proceso necesario que no sólo los dotaba de mortalidad (y de los procesos de dolor que venían con ella), sino que también los posibilitaba a despertar a la vida y a sus tiempos. Así que este mito sobre el inicio del mundo, es el de la necesidad de la dualidad, en ese triángulo perfecto de hombre, mujer y la serpiente, guardiana de los procesos vitales. Sin ella, el ser humano no podría integrarse a los procesos básicos de la vida, y tampoco podría acceder a la manzana, a esa llave que abre el conocimiento superior sobre su misión en la Tierra.


El mito pone de relieve la importancia de los símbolos como herramientas para poder entender los procesos más complejos. La serpiente tiene muchas presencias relacionadas con el mundo: el monstruo del caos primordial Tiamat (luego de que el dios babilónico Marduk creara el universo) o Rahab, el dragón marino de la oscuridad, creado por Yahweh (sin olvidar a la serpiente emplumada, Quetzalcóatl y Kukulcán, que desciende en los equinoccios por la escalera de la pirámide de Chichen Itzá). Una vez que se han creado las cosas, lo que está del otro lado, dentro de las aguas cósmicas, entre lo informe y lo indefinido, es la serpiente, cuyo objetivo ha sido poner de relieve la separación y la dualidad. Por tanto, el problema del mal implica el problema del bien: el hecho de que la serpiente esté en el árbol del conocimiento significa que igual que baja por el tronco (axis mundi) hasta las dimensiones más bajas de la existencia, también puede subir hacia las esferas más sutiles, hacia la sabiduría.


En esta visión del paraíso presentada por la tradición, ¿por qué la mujer está destinada a tomar la manzana? Muchas son las respuestas en una variedad de interpretaciones. En la tradición hebraica, la mujer es la que está cercana a la Tierra y, por su capacidad reproductiva, es una suerte de vasija que se llena de energía, para ser el vehículo por el que se llega al mundo; es decir, es la shekhinah (la “morada”) del divino femenino dentro de la tradición mística. Por su propia naturaleza está próxima al árbol de la vida, y la tierra es la esfera del mundo material, para luego, a través de la creación (y la conciencia de su capacidad creativa como ser humano), ir hacia las ramas superiores, donde se ve claramente la divinidad. 


Sin duda, en este mito el tema del conocimiento, de la tentación y del libre albedrío sigue atrayendo y sigue desencadenado reflexiones sobre lo que es humanamente posible. Y la serpiente, como mediadora, es el personaje más enigmático de esta trinidad (y para mí el más fascinante), pues posee conocimientos antiguos, conoce otras culturas y lenguas, sabe dónde están los límites de las cosas, y cómo sortearlos. Es decir, ha viajado por el tiempo y el espacio, y por su experiencia y naturaleza, también posee el conocimiento. Y, como no podría ser de otra manera, en algún momento tendríamos que escuchar su intrigante locuacidad. En los libros de Nag Hammadi, en los manuscritos del Mar Muerto, hay un texto llamado Testimonio de la verdad, en donde hay una referencia a la historia de Adán y Eva, pero desde el punto de vista de la serpiente. En este caso en particular, y desde la filosofía gnóstica, ésta era el animal más sabio de la creación (en hebreo, la palabra nahash, serpiente, también significa oráculo), y ofrecía a los hombres la sabiduría a través de la intermediación de Eva. La manzana sería el fruto de todo ese proceso, y la invitación a integrar el árbol del conocimiento en el propio cuerpo, tan cercano a la materialidad terrestre.


Para entender los mitos, el demiurgo es el artista pues es el que los dota de perspectiva y los vuelve concretos. ¿Qué es lo que ve el artista en este mito de origen? Sin duda, el cuerpo enfrentado a su desnudez que, aunque puede ser una referencia a la vulnerabilidad del alma (y al pecado), muestra también un estado de perfección física, hechos a la imagen de su creador, y también dotados de la capacidad de perfeccionamiento espiritual. Estos grabados, que tenían una gran circulación, no dejarían indiferentes a las personas de la plaza de Nuremberg o en ferias como Frankfurt, antes de recorrer toda Europa.


Sin duda, desde su salida, este grabado causaría impacto, no sólo por la belleza del cuerpo humano, como por las alegorías, en la cantidad de detalles (como los animales que representan los humores, y tal vez el perico, la llegada a tierras extraordinarias y paradisiacas como Brasil), dentro de la atemporalidad de los jardines relacionados con el sueño y con el viaje del alma. Entonces no sólo habría ecos de Dante, sino de un libro presente en la biblioteca de Durero: la Hypnerotomachia Poliphili (El sueño de Polifilo) de Francesco Colonna (Venecia, 1499), uno de los incunables más hermosos del siglo XV producidos en las prensas de Aldo Manucio, que también inicia en el viaje onírico por una selva oscura hasta encontrar un jardín en donde se manifiestan las ninfas y los dioses.  


El mito genera su propia realidad, y da claves alegóricas para poder comprenderlo. Esta historia del Génesis ha posibilitado todo tipo de interpretaciones y versiones desde hace unos milenios, no sólo en Medio Oriente, sino incluso en Egipto, Zimbabue, Togo y Melanesia. Los mitos viajan con el viento y echan raíces con presteza. Aquellos que hemos escuchado esta historia maravillosa con la serpiente, no dejamos de buscar las vueltas de tuerca a su entramado, que sigue teniendo sentido. ¿Por qué seguir buscando? Porque cada parte es perfecta, porque la serpiente nos sale al paso a cada momento, porque todos hemos heredado la confianza de Adán y la curiosidad de Eva. Porque sabemos que la vida es un proceso de experiencia y reflexión, y porque intuimos que hay verdad en las palabras de John Milton: “Una mente no puede ser transformada por el lugar y por el tiempo. La mente es su propio espacio, y ella misma puede hacer del infierno un cielo, o del cielo, un infierno.” Conquistar la mente y encontrar el espíritu, ése es el sabor que tiene la manzana...

 
 
 

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