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Sueños en guerra

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 26 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 16 ene 2021


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Pintura de Émile Szyttia


Los sueños siempre plantean un enigma. ¿Cómo podemos entenderlos, cómo podemos traducirlos cuando son una puerta hacia una experiencia siempre confusa? Se diría que con ellos se abre un punto de diálogo con el inconsciente, en donde las claves se encuentran en la imaginación. A través de ellos se sale de la linealidad del tiempo hacia un movimiento subterráneo que tiene la fuerza de cambiar a la persona que atraviesa esa experiencia, y tal vez incluso el curso de su vida.


Sin embargo, cuando leemos los sueños de otros, o los recibimos de viva voz, también compartimos su fuerza, y dejan de pertenecer solo al que los ha experimentado. Por alguna razón, cuando los recordamos a la mañana siguiente, surge el deseo de escribirlos o contarlos y al compartirlos se les revive: a veces aparecen nuevos detalles o se ponen en valor partes que habían permanecido en la sombra.


Es por ello, que en este deseo de relatar esa vida nocturna se han hecho algunos repertorios de sueños, a veces tratando de desentrañarlos, a veces solo para arrojar alguna luz en un periodo de oscuridad. Además de psicoanalistas y otros estudiosos, entre los exploradores oníricos resalta sin duda Émile Szittya. Él mismo es un personaje curioso: su nombre esconde el seudónimo de Adolf Schenk, un pintor judío nacido en Budapest en 1886, que pasó su juventud en la bohemia de artistas y anarquistas entre Zurich y Ancona, antes de moverse por toda Francia. En el periodo de entre guerras sería muy cercano a los pintores rusos como Chagall y Soutine, para luego sumergirse en las experiencias del Dadá. Desde el 39 se dedicó a vivir austeramente del pincel, apoyando a la Resistencia entre Limoges y Toulouse. A partir de ahí, en sus desplazamientos, comenzó a recoger los sueños de todo tipo de personas, en las circunstancias más dispares: en los trenes, en un almacén, en sus paseos o en cualquier encuentro fortuito por la calle. Como viajero e insaciable cazador de paisajes y de lo insólito, tal vez el lenguaje de las imágenes le hacía sentir cómo los sueños reflejaban escenas cuyos elementos venían tanto del pasado como del futuro, en las posibilidades que éstos despertaban.



En la Francia ocupada, los sueños podían ser un escape o una construcción del miedo o de la tormenta interior. Allí Szittya encontró, sorpresivamente, a ávidos informantes que se prestaban a entrar en una fortuita y reveladora intimidad. El resultado es un conjunto de historias fantásticas y significativas dentro del contexto de la guerra. No quiero dejar de mencionar algunas, pues creo que permiten comprender lo que es estar constreñido a vivir la beligerancia, por dentro y por fuera, desde la posición de cada uno. Así pues, en el museo de Valence, escrutando los cuadros de Rouault, Szittya encontró a un oficial alemán, antiguo pintor, tratando de saber lo que significaba este tipo de arte para él. En sus dudas sobre el arte “judío” confrontado a la esencia alemana, le confesó cómo, en un sueño, se había visto parido por la Alemania misma, que cabía dentro del enorme vientre de una mujer. Ésta había sido preñada por un publicista que fotografió las fases de la fecundación para luego publicarlas en todos los periódicos del mundo. A continuación, Alemania se transformó de repente en un coche fúnebre, que sería conducido por el oficial que tenía la cara de Goethe. Desde dentro del coche, vio cómo en la panadería se vendían unas píldoras muy especiales. Muy pronto, también las flores de todos los jardines se transformaron en esas píldoras. En ese momento, el oficial mismo dejó de tener la cara de Goethe para volverse, claro está, una de esas píldoras que, como las otras, iban a regenerar el mundo.


Si bien los soldados alemanes parecían, según Szittya, bastante dispuestos a confiarse, también lo eran los judíos, que en este periodo solían esconderse en los hospitales psiquiátricos. Un judío checo, que vivía en París desde 1912 y estaba escondido en un asilo, decidió salir de su escondite y contar uno de sus sueños: se veía a sí mismo como un vendedor de pieles de conejo a quien sus proveedores le preguntaban si no tenía una llave que pudiera abrir las cabezas. Entre sus actividades, también había plantado lingotes en los campos de los que salía sangre y más cabezas, y entre ellas la de un conejo flotando... La cacería sin fin.


Desde un ángulo totalmente diverso, una judía polaca, que había pasado tres años en un campo de concentración, le reveló cómo un sueño le había salvado la vida: en un llamado de prisioneros, mientras se encontraba de pie desde hacía horas, casi desnuda en el frío, empezó a sentir una somnolencia que la invadía. De improviso, vio a su padre que se acercaba y le ponía un poco de mermelada en la boca. Cuando despertó tenía aún ese sabor dulce por toda la boca, y fue algo tan reconfortante que la ayudó a aguantar hasta la liberación del campo.


Como último ejemplo nos referiremos al relato de una mulata que Szyttia conoció en París en el café du Dôme, y que se llamaba Princesse. Ésta se había escapado con un circo cuando tenía dieciséis años para dejar su Nangis natal, y llegar a París a cumplir su sueño: ser la amante de un cardenal. En lugar de eso, se convirtió en una modelo de Montparnasse, muy solicitada por los pintores. En 1939 se casó con un judío vendedor de pieles que se fue a América cuando estalló la guerra. Con los recursos que éste le dejó, pudo ayudar a amigos judíos a esconderse. Sin embargo, como modelo famosa, también fue solicitada por los pintores alemanes que llegaron a la Francia ocupada. Pero ella siempre se negó a trabajar para ellos. A partir de esas tensiones, tuvo un sueño: el camarero jorobado de un café la entregó a los alemanes. A continuación, se veía a sí misma en una oficina en donde cientos de máquinas de escribir funcionaban solas. Un oficial con anteojos le ordenaba al camarero que le lustrara la cara a la mulata con grasa de imprenta, hasta que ésta se volvía un espejo que reflejaba la oficina con todas las máquinas. En ese momento, el alemán lanzó un grito de dolor, porque no podía soportar reflejarse en ella. Su cólera era tan grande que trató de descargar su ira, en la ubicuidad del sueño, sobre la familia de Princesse y sobre los estudiantes que cantaban en ese momento La Marsellesa en el café Boul’Mich.


Estos sueños tan particulares parecen traducir la constante tensión, el miedo y la violencia que penetra hacia el interior. Enfrentar el mundo onírico sería, en concordancia con Szyttia y el dadaísmo, una manera de cuestionar la razón y transgredirla, identificando la existencia de otro mundo paralelo. Como en el caso de Princesse, en esos sueños durante la guerra se generaba una dualidad y un espejo que reflejaba elementos de la historia de cada uno, en una puesta de escena donde las emociones se proyectaban a veces como un exabrupto, a veces como una llamada a la resistencia, o a la fuerza. En un momento en donde la desconfianza y temor al otro se generalizaban, Szyttia logró captar experiencias tan variadas como lo eran sus personajes. El libro que recoge todos esos relatos (82 rêves pendant la guerre, 1939-1945, reeditado en 2019) llegó a mí en la edición antigua de 1963, gracias a un editor y pintor de aguda inteligencia y gran sutileza que me ha dado a conocer obras que destilan algún tipo de magia. El libro ha vuelto a mis manos, y con él el redescubrimiento de esta obra y su autor que nos ha dejado la herencia sorpresiva de unos interlocutores que siguen vivos gracias a una noche o a unos instantes de su vida.

 
 
 

2 comentarios


Lucianna Lima
Lucianna Lima
03 sept 2020

Inquietante y hermoso. Hay una intimidad en este compartir los sueños, realidades "alternas" que nos dicen tanto de nosotros mismos. ¡Me gustó!

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Paco Mendoza
Paco Mendoza
27 jul 2020

Tan raro como interesante

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