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Leer las imágenes

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 26 mar 2020
  • 2 Min. de lectura

No hay nada tan sorprendente como pensar en leer una imagen. ¿Se puede leer sin letras, o se puede siquiera emplear la palabra leer para mirar una imagen que a veces puede parecer evidente o tal vez incluso más cifrada que las palabras? Yo creo que es posible. Finalmente son los ojos los que recorren la superficie y que van encontrando, como en los jeroglíficos o en los iconos, un sentido a cómo se muestra el objeto representado y lo eso que nos evoca. Cuando el significado es menos obvio, toda interpretación puede también llamarse una traducción. Traducimos en palabras lo que nuestros ojos ven, aun cuando no sepamos si lo que vemos es lo que está representado frente a nuestros ojos. Pero las imágenes nos cuentan historias y en algunos casos, el consenso las hace no sólo verosímiles, sino también verdaderas. Y se vuelven un lenguaje en sí mismo. En otros casos, la imagen permanece libre a cualquier sistema y ahí, la sorpresa y el gozo de mirar son suficientes.


Éste es el caso del Códice Seraphinianus que ha llegado a mí en esas cadenas de búsquedas por internet, que como un hilo de Ariadna parece guiarnos por un laberinto, aunque a veces puede llevarnos lejos de nuestro objetivo inicial. Y en esos vericuetos infinitos se encuentra un manuscrito sorprendente, lanzado hacia todos los ámbitos con la fuerza de la tecnología. Aquí, en ese ciberespacio, existe otra lógica: todos los tiempos quedan abolidos. De hecho, en esta enciclopedia fantástica elaborada por el ilustrador Luigi Serafini y publicada en 1981, hay tratados sobre la zoología, botánica, física, etnografía (explicados en una lengua imaginaria, y según el autor, asémica, sin palabras) que apasionaban a los eruditos medievales, y otro sobre tecnología que ocupaban a las mentes científicas como Leonardo o el persa Fathullah Shirazi desde el siglo XVI (y a las mentes fantásticas visionarias como Albert Robida y Julio Verne en el XIX), con una vuelta de tuerca en el siglo XX: el humor y la imaginación crean mundos tan imposibles como improbables, pero sumamente sugerentes y que acaban poblando las mentes de quienes los ven. Algunos tal vez puedan encontrar ecos, gracias a ellos, de ciudades invisibles (como Italo Calvino) y de otras realidades que siempre han estado, para los hombres del medioevo, allá donde se acababa este mundo: luego de caer en un precipicio, la imaginación destruía todas nuestras certezas. Así pasa con la imagen, y en este códice se verifica: es un precipicio para la lógica y para lo que creemos saber sobre el mundo, pues abre un espacio a la imaginación donde lo posible es la verdadera realidad.

 
 
 

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