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Las rutas hacia Ítaca

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 17 jun 2023
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 25 jun 2023


Tejido bizantino, siglos IV a VI


Museo textil de Oaxaca, huipil de Santa María Yucunicoco.


Hay cosas que atraviesan la vida con nosotros y que nos interpelan, que tienen raíces profundas y que son claves para nuestra identidad; tal vez no una identidad siempre particular, aunque a veces sí, pero incluso entonces esas formas de identidad van tan lejos que son difíciles de rastrear. Estoy hablando de los textiles, de todas esas telas que se desbordan en mis manos, y aparecen en mi camino allí donde voy, recordándome a las que he visto desde mi infancia, las que lucían mujeres con orgullo y belleza, y que formaban parte de su centro de gravedad. Ese tipo de tejido representa la fuerza, y sus horizontes son tan vastos, que no es posible ver el principio, y tampoco el fin. Sin embargo, son parte del hilo con el que Penélope, a la espera de Ulises, tejía las tramas que contaban su vida, sus angustias, que reflejaban sus días mirando hacia las costas de Ítaca, de esas islas jónicas que nunca estuvieron lejos de los bizantinos, de los otomanos y los normandos, y que acabaron reflejándose en las facetas de su cultura.


Desde la perspectiva del tiempo, cada puntada es un punto de fuga de una imagen más grande, un punto de una cadena que va hacia atrás y hacia adelante, y que une a miles de otros puntos que siguen formando tejidos, tapetes y textiles que crean puentes entre todas las civilizaciones. En realidad, todo comienza con un punto, con una aguja y un hilo que, como un pincel, va dejando un rastro de color. Ese punto concentra toda una genealogía. Hay una energía común que fluye en ese acto de aparente simplicidad: una vez que se hace una puntada, algo nuevo está por crearse, apoyándose en la fuerza de muchas manos que han dejado testimonio de las imágenes que los habitan. Manos de niños, de mujeres, de hombres jóvenes y ancianos trazando mapas y caminos. De personas en solitario, y de comunidades enteras. Y en algún momento, también es una referencia a un campo femenino en expansión, como las creadoras de un trabajo que, como el de Penélope, requiere de paciencia y de conciencia para hablar de raíces y de vínculos. Tal vez porque ellas son las guardianas de tradiciones frente a los cambios del mundo, y es una manera de seguir creando cadenas con el pasado de muchas otras regiones.


Sin duda hay una relación muy profunda entre la aguja y la tierra, entre las tonalidades que nacen de ella y las personas que la habitan. Los textiles que cubren sus cuerpos y sus casas son campos para entender las identidades que se van formando. Esas telas, que a veces sólo permanecen en pequeños fragmentos desde la antigüedad, son una manera de representación simbólica que no permanece cerrada en sí misma. Incluso desde los patrones geométricos más simples se pueden leer las rutas del comercio, el uso de nuevos coloridos que vienen de tierras lejanas y nuevos motivos que inspiran la renovación de las formas. Y también exigen recordar formas anteriores que tienen un significado preciso.


Hasta la Edad de Hierro, en el 3000 a.C, se ha rastreado el conocimiento sobre teñir los tejidos. Fue el momento de cambiar la paleta de colores, de los ocres que venían del periodo Paleolítico, hasta los tonos contrastantes para crear profundidades y empezar a construir espejos con lo que estaba alrededor. Cada color significaba una ruta para conseguirlo, y con ello varias civilizaciones dejaron un trazo firme a su paso: desde el alza y la caída de la ciudad siria de Ugarit y luego la griega Micenas, hasta la fuerza de la cultura egipcia en el Mediterráneo para entrar en diálogo con los asirios y babilonios en este primer periodo, hasta el ascenso de la civilización persa. Por su compleja geografía, el color forma parte de un diálogo entre Este y Oeste (el centro está siempre en el lugar que los une), pero es ahí, en ese centro, donde la técnica encuentra el color, donde se desarrollan los telares, se introducen cambios y se consiguen nuevas formas y colores en gradación: desde las estancias de Tolomeo II hasta los tapices de Palmira en las fronteras del Imperio parto y el Imperio romano (como nos lo recuerda la especialista Annemarie Stauffer, siguiéndole la pista a los tejidos de la antigüedad), que acaban incluso representados en los mosaicos de Ravena. Estamos en el punto en donde la técnica y el comercio han entrado en la categoría del lujo que desencadenaría los cambios y las búsquedas por los mejores textiles del Mediterráneo hacia Europa, desde los tejedores de Lucca, Florencia y Génova, hasta las sedas y bordados que pasarían, a lo largo de varios siglos, de Asia hacia América. Las formas que toman los hilos son elementos de tierra, mientras que los finos dibujos del bordado son elementos de aire, que capturan los colores y la luz de la naturaleza y se van transformando por las manos que los van recreando. Unos y otros, a través de los muchos intercambios, fueron dejando una narrativa, una historia de los pueblos antiguos que transmitían su fuerza y sus valores.


Tal vez una de las fascinaciones de los tejidos es que siempre nos ofrecen la posibilidad del viaje, a través de los vestigios que de diferentes tipos de tela (algodón, seda, lino, lana, yuca, palma y maíz) hasta la aparición de colores y formas y su simbolismo. Los textiles y el bordado hablan siempre de un principio de integración comunitaria con una riqueza infinita de estilos. Fuera del Mediterráneo, cuando miramos hacia Filipinas, vemos los rastros de Europa en los bordados apoyados por los conventos femeninos, de esos finísimos velos blancos, casi transparentes, con flores que se sostienen en la malla casi como si estuvieran flotando en la bruma. Por otro lado, queda también el rastro de China en los mantones, las flores que invaden la seda con sus tonos vibrantes, y que eran bordados por hombres. Unas y otros preservan las tradiciones y sellan las alianzas con otros grupos que se van sumando al enorme mapa en donde se unen todos los continentes.


Sin embargo, hay que resaltar que hay una dimensión del bordado que se ha consolidado como un campo femenino, como un legado de madres a hijas y que ha situado a la mujer al centro de la vida y de una faceta económica de la familia. Mucho se ha discutido sobre el valor del bordado en la vida de las mujeres, que no sólo desarrollaban un sentido de la feminidad sino un vínculo femenino que era también un lugar de comunicación e intercambio. Eso ha sido visto tanto como una manera de limitarlas en la vida social, como una posibilidad de llevar el bordado al arte. Sin embargo, el hecho de que sea una actividad que esté entre la productividad y la creación abre un campo en donde se unen y se separan las clases sociales, pero donde la feminidad podría ofrecer también un punto de rebelión frente a la autoridad y los mecanismos del poder. En todo caso, esta feminidad creadora es un puente entre las tradiciones y la fuerzas, a veces opuestas, de la economía y de la industria. Hay una manera de hacer y de mirar que hace que los tejidos y bordados sean una parte de la comunidad misma que se exporta y que se comparte, dentro de una conciencia de valores compartidos que entran en un proceso de globalización.


En este sentido, América, con sus propias raíces, fue tanto receptora como exportadora, dentro de las técnicas que venían de Europa y Asia menor o Egipto y sus propios elementos ancestrales, y que hicieron de Nueva España una de las áreas de mayor exportación textil, en donde los colores como la grana cochinilla que fueron de un enorme éxito a partir del siglo XVI. La vasta geografía de América Latina amalgama las tradiciones de varios continentes y sigue creando obras vivas, en donde los hilos dejan entrever todas las historias del pasado, abriendo tramas hacia el futuro. Muchas bordadoras lo saben, tal vez porque comprenden la importancia de este medio, de preservar las tradiciones como una gran memoria de los pueblos, del trabajo que se hace a mano frente al mundo de la industrialización y de la copia.


Así que, cuando se está frente a un bordado, inmediatamente se siente el impulso de otras manos que están detrás. Mirando dentro de esos hilos y nudos, se da la vuelta a Ítaca, a esa Ítaca que viene del mito y que en realidad es un regreso a la tierra de nuestro origen. En un momento en que reina la tecnología, la aguja, el hilo, la tela y la imagen que aparece en el color, son una forma de sedición silenciosa que nos recuerda que las personas siempre están detrás, siempre están presentes para contar sus historias, para valorar lo esencial, entre grupos y comunidades enlazados a tantos otros grupos y comunidades en el pasado. En el inicio y en el final, el tejido es un recordatorio de que, más allá de las fuerzas de producción, a la vida hay que darle un sentido, y éste se encuentra en todo lo que nuestras manos puedan crear.

 
 
 

1 comentario


Jose Maria Cardesin Diaz
Jose Maria Cardesin Diaz
18 jun 2023

Apasionante y aun mejor contado: lo bordaste, Gabi!

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