Las bibliotecas perdidas
- Gabriela Vallejo
- 27 sept 2020
- 3 Min. de lectura

Una biblioteca que desaparece nunca es un asunto saldado. Se diría que todo aquello que se pierde queda latente en alguna parte de nuestra historia y de nuestro imaginario. Y con frecuencia hay una búsqueda para recuperar no solo los documentos que albergaba, sino su propio espacio. ¿Por qué sucede esto? Tal vez porque una biblioteca siempre pasa por dos construcciones: la primera es la intención, la idea de su propósito, del conocimiento que debe albergar y que proporciona la fuerza para su segunda construcción, el espacio físico idóneo para los documentos que le darán sentido.
De inicio, la biblioteca parte de un orden que define la disposición de las obras según su temática y según las necesidades del lector que va a decodificarlas y a usarlas en un contexto práctico. Esos espacios librescos no solo eran el reflejo de una época, sino de las épocas que entraban en conversación con el acervo presente. Ninguna obra es una isla. Y el espacio facilitaba o restringía su consulta. Pero esos centros de cultura siempre son proclives a la destrucción, que llegaba antes o después. Aunque no desaparecían sin más.
Las bibliotecas perdidas han entrado en la esfera del mito. que activa su búsqueda y su reconstrucción. Lo más importante es que cada biblioteca parte de una tradición, de una cultura que crea sus códigos y que la exporta a través de sus lectores. En esos mitos que buscan respuesta hay tres puntos geográficos que son referencias. La primera conocida quizá es la biblioteca de Asurbanipal en Nínive, con una gran cantidad de tablillas cuneiformes, desde los archivos de gobierno hasta obras literarias. Aunque Nínive fue consumida por el fuego en el año 612 a. C, el fuego endureció las tablillas, que se prepararon para sobrevivir, aunque se destruyera su lugar de almacenamiento. Como generadora de memoria y modelos, la biblioteca de Alejandría (fundada sobre el 285 a. C) buscó ser el mayor depósito de obras griegas originales en papiro. Se cree que la biblioteca fue decayendo por varios siglos antes de ser destruida definitivamente. Ambas fueron famosas desde la Antigüedad, y es probable que generan modelos de lo que debía ser un lugar de memoria, de consulta, de aprendizaje e interpretación de ideas humanas y divinas. La actual biblioteca de Alejandría quiere suplir desde el 2001 esa carencia con creces, capaz de contener hasta ocho millones de libros, y lograr al fin llenar el vacío que ha dejado el mito.
Finalmente, mi tercera incógnita cae en el Nuevo Mundo. Poco se sabe de los recintos que albergaban los códices prehispánicos. Justo después de la Conquista, una buena cantidad de ellos fueron pasto de las llamas. Los tlacuilos o pintores especializados, utilizaban el papel hecho de agave, la piel de venado o la tela de algodón o pita para plasmar el azul, el escarlata, el negro, añil blanco y rojo para mostrar la naturaleza de los dioses y sus atributos, para registrar linajes, la cartografía de los reinos y las complejidades del cosmos. Así que cada tipo de códice tendría su lugar exclusivo, cercano a los ojos de su lector. Gracias a quien ha visto en ellos, desde el siglo XVI, una fuente de información valiosa de un mundo periclitado, los dioses continúan vivos en la traducción y en la sombra de las pinturas. Y esas obras han llegado, a veces de forma más que dudosa (igual que lo hacían los fondos de Alejandría) a una de sus mayores amoxcalli, su nueva casa en la Biblioteca Nacional de Francia.
Pero ni siquiera esos fondos custodiados resuelven los enigmas de las construcciones perdidas. Los vestigios de todas estas bibliotecas siguen siendo un motivo de búsqueda incesante. De hecho, estos fragmentos son el eco de todo lo que se ha perdido, y nunca habían tenido sobre ellos tantos ojos, tantos traductores, tantos lectores en busca del sentido de las culturas a las que pertenecen. Al final, las bibliotecas perdidas van formando un puzle y hablan de orígenes, de copias, de influencias de una civilización a otra. Y ahora, gracias a la tecnología LIDAR puede saberse dónde se esconden estructuras en montañas y selvas, y cuál es el sentido probable con el que fueron creadas esas construcciones. Es así que la biblioteca inmaterial y flotante sigue estando con nosotros y todavía tiene mucho que contar.
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