La necesidad del caos, o cómo entender las nubes
- Gabriela Vallejo
- 1 sept 2024
- 4 Min. de lectura

Fotografía de Jplenio
Alguna vez hemos mirado hacia arriba, fascinados por esas formas que surcan el espacio de nuestra vista, y que esconden el sol y pueden adquirir tonos azules, rosáceos y grises dependiendo de la luz que atraviesa sus texturas algodonadas. A veces adquieren siluetas caprichosas, y otras, son grandes masas que se juntan unas con otras para crear estructuras magníficas como cúpulas tocadas por la luz, o se disuelven como zinc para consolidar el techo plomizo de nuestro mundo. En cualquier caso, todas ellas esconden historias, desde el momento en que han nacido del agua para flotar por el aire en un viaje que terminará disipándolas, o enfrentándolas e incendiándolas con el rayo. Las nubes son las primeras interlocutoras en nuestra infancia, asombrándonos con sus formas sutiles y cambiantes a la vez. El cielo es quizá una de nuestras primeras fronteras.
Las nubes nacen del agua y el aire, del frío y del calor. Entre ellos, el agua. que es su esencia, es considerada el elemento universal, que toma todas las formas y escapa a todo lo que la contiene. Novalis la definió de manera muy sugerente como “caos sensible”. Su fuerza desencadenada es creación y destrucción, pero también espejo: incluso los seres unicelulares que viven en ella responden a sus corrientes ondulantes, formando cadenas y espirales. En el mundo visible todo es un flujo, en un ciclo continuo de nacimiento y muerte, un movimiento que no cesa. Nada llega a un equilibrio total, con lo cual las estructuras, aunque obedecen a ciertas leyes, parecen estar en constante transformación. Entonces, ¿es el caos parte de un orden inestable?
La palabra “caos” tal vez también plantea una pregunta flotante desde nuestra infancia, que parte del desorden de nuestra habitación, al mundo adulto que no parece tener ningún sentido preciso, y con frecuencia lo percibimos como si se dirigiera directamente hacia la destrucción. En algún momento de nuestros primeros años descubrimos la guerra y la muerte, o la violencia que amenaza desde una oscuridad siempre latente y que se encuentra por todos lados. A partir de ahí, tratamos de encontrar las maneras para aplacar las fuerzas en choque. Desde los tiempos más antiguos, se ha intentado comprender las leyes que rigen la materia. La misma palabra cosmos, del griego κόσμος significa orden, con el que todo ha sido creado. Entonces, ¿qué lugar tiene el caos? ¿De dónde viene ese “desorden” que parece ser la constante de nuestro mundo?
Desde el momento en que se estudia la materia, brota lo diverso. Nada en lo que llamamos realidad parecer ser unitario: los integrantes de una especie no son idénticos entre sí, ni hay un río que sea igual de un instante al otro. Es entonces inevitable la reflexión de lo que es lo Uno y lo Múltiple, es decir, el origen de la fuente, y las razones de la multiplicidad de las especies. Para el poeta y filósofo presocrátrico Ferécides de Siros, el caos (Χάος), es el agua primordial, de la que nace el mundo, creado por Zas (“el que vive”), diferenciado de Zeus, e hijo de Chronos, del cual surgieron los elementos esenciales.
En la filosofía común a lo antiguos, existía la inquietud de considerar cómo los dioses habían creado no sólo los elementos estructurales, sino aquello que rompía con la armonía. Para Platón, en esa fuerza creativa, sólo una identidad que fuera Una frente a lo Múltiple, a la vez separada y eterna, tenía un verdadero sentido. Y esas interrogaciones todavía tienen un eco entre nosotros, en dónde la realidad sigue sujeta a Chronos, pues toda transformación se da en el tiempo.
Pero, ¿cómo saber cuál es el inicio, cuál es el origen, de esa chispa única que da identidad a lo múltiple? Para el físico Philip Ball, toda forma en la naturaleza tiene un propósito, con lo cual su crecimiento y vida depende de su razón de ser. Conforme penetramos en la materia, vamos encontrando las geometrías que se escondan en el interior. Al parecer, ahí donde nuestra vista ve una naturaleza que parece crecer y moverse al azar, subyacen líneas invisibles que tocan el agua, el viento, las plantas, las piedras enterradas que salen a la luz con el deslave de las montañas, y los pequeños animales y seres microscópicos que rápidamente toman el terreno. En una visión microscópica, se pueden observar estructuras geométricas fragmentadas a diferentes escalas, ahora llamadas fractales (estudiadas por el matemático Mandelbrot) que parecían formar parte de un caos natural, pero común a los fenómenos de la naturaleza, desde las nubes, hasta la hoja que cae y las neuronas que desencadenan las experiencias sensibles.
Todas esas relaciones sutiles requieren, para poder ser comprendidas, de una visión interdisciplinaria, que apunta a que no hay procesos materiales azarosos. Y se requiere de mayor apertura de pensamiento, pues las fractales y el caos son fenómenos no lineares, que abren caminos que ofrecen nuevas perspectivas de la realidad. Estamos, pues, frente a sistemas holísticos, del griego ὅλος [hólos] “todo”, “por entero”, “totalidad”) en donde los sistemas están interrelacionados, donde todo ejerce una influencia e interactúa con las otras partes, y donde cada elemento refleja la totalidad.
Por tanto, para entender la aparente disgregación de nuestro mundo, hay que comprender hasta qué punto todo está conectado. Un aleteo puede crear una avalancha, y al fijar la atención en su sutil revoloteo podremos entender el cataclismo. Se necesitan esos choques, más pequeños o más grandes, para que nuestra comprensión cambie los efectos que éstos tienen sobre nuestro mundo. Al final, las nubes somos nosotros, nómadas de este mundo. Nos movemos, nos transformamos en lluvia y en rayo. Nos juntamos en cúmulos y nos disipamos para volar sobre acantilados y abismos. La clave está en la luz que se filtra, en ese cielo siempre translúcido sobre las nubes que cubren nuestro mundo, que habla de equilibrios posibles. Nuestra esencia también está en ser agua, y procedemos de esos abismos acuáticos que los egipcios llamaban Nun, del que han salido todas los seres vivientes. Ligados a los ciclos de creación y destrucción, el caos esconde la clave no sólo de nuestro origen, sino también del cambio. Solo en el caos se logra entender lo que ya no es necesario o lo que ya no es suficiente. Solo con el caos hay verdaderas transformaciones
Comments