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La magia áurea de Nicolás Flamel

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 12 jun 2022
  • 6 Min. de lectura

Lápida de Nicolás Flamel encontrada en una pescadería y que ahora se encuentra en el Museo de Cluny, París


Al mirar algunas iglesias o restos de ellas, algunos personajes se desprenden de sus piedras, no solo lo que podemos ver en sus muros o en sus esculturas, sino los que ya no están, los que pertenecen a su existencia inmaterial, los que están detrás de su construcción, en apoyos materiales o por la fe. Aunque no sean visibles a plena vista, los personajes hablan entre sí. Si bien un Merlín-San Martín de Tours dejó una huella cuando nacían los reinos europeos al final del Imperio romano, en plena Edad Media otros personajes entraron en diálogo con el mago, esta vez frente a los desafíos de los reinos europeos que chocaban unos con otros. Nicolás Flamel ha dejado tras de sí una fama de alquimia, como la punta de lanza de quien ha buscado (y según la leyenda también encontrado) la piedra que logra transformar los metales en oro.


¿Por qué nos interesa este diálogo entre estos personajes plenamente anclados en el reino de Francia desde épocas tan distintas? Tal vez, porque como muchos actores con orígenes históricos, son en razón de ello, personajes dobles: en su raíz está su razón de ser, y de aquello que se desarrollará en sus ramas, como un gran árbol mítico, que como el Yggdrasil nórdico, logran mantener unidos diferentes mundos y esferas de significado. Cuando se presenta un personaje de una tal fuerza, es porque su momento histórico cuenta con todos los elementos necesarios, con una problemática suficientemente densa como para necesitar que un personaje nazca para dar respuesta y explicar el entramado del momento en el que ha vivido.


Un milenio después de la caída del imperio romano, la Galia estaba cruzada de redes conventuales y de algunas universidades que erigían sus cúpulas cerca de las catedrales. El centro era París, la antigua ciudad de los parisii, que estaba de alguna manera predestinada en su fundación bajo auspicios divinos: en el 450, la doncella Genoveva (luego declarada santa) organizó la resistencia frente a Atila y sus hunos, población que posteriormente sería tomada por los francos para volverse capital bajo Clodoveo (508). Paris era un punto clave donde se cruzaban los caminos. Por un lado, atravesada por el río Sena, la ciudad se volvió un centro mercantil de gran importancia, en el comercio del vino y de la plata, y por otro, era el punto por donde pasaban las vías de peregrinaje, las vías romeas hacia Roma, los caminos hacia Jerusalén y hacia Santiago de Compostela.


Para el siglo XIV, la fuerza de los mercaderes (con el apoyo del preboste Étienne Marcel), era considerable y representaban un grupo de influencia real y simbólico, en un momento en que el reino había caído en un guerra larga y desgastante contra la Inglaterra de los Plantagenet. No solo era la plata, sino el oro el que se volvería un símbolo. En su lucha contra los ingleses, el torpe rey Juan II cayó prisionero bajo el ejército de Eduardo III en la batalla de Poitiers en 1356. Para poder ser liberado, se debían pagar 3 millones de escudos de oro, lo que dio pasó a la acuñación, en 1361, de la moneda conocida como “franco a caballo”, que rápidamente se identificó con Francia y los franceses: daría por un lado no solo el nombre a la moneda (franco), sino que la dotaría de un significado añadido, debido al vocablo de origen germánico frenk, que también significaba libre. Aunque estaba también asociada al rescate del rey, la palabra en su acepción medieval curiosamente también representaba a los peregrinos del Camino de Santiago.


Así que en este cruce de caminos nació Nicolás Flamel alrededor de 1430, y sería uno de esos personajes que medrarían en el reinado y corte de Carlos V. Como sucesor de su padre Juan II “el bueno”, Carlos subió al trono en 1364 y representó un momento de expansión económica y cultural, regulando las finanzas del reino y logrando reconquistar territorios perdidos frente a los ingleses. En este contexto, como un joven “escrivain” y burgués de la ciudad de París, Nicolás Flamel formó parte de este momento de regeneración, a través de la pluma y la tinta. Como parte del gremio, tenía una pequeña tienda en la rue des Écrivains, junto a la iglesia de Saint Jacques de la Boucherie, que sería su centro espiritual y el objeto de sus donaciones económicas. Su oficio de notario y copista de manuscritos se volvió en poco tiempo sumamente floreciente, tal vez a causa de su relación con el joven Jean Flamel (quizá su hermano menor), secretario del duque de Berry, hermano del rey, que era a su vez un extraordinario coleccionista de libros manuscritos, algunos ricamente iluminados. En la corte las artes y las ciencias giraban también, por patronazgo real, alrededor del “colegio de astrología y medicina”, representado por Nicole Oresme y Gervais Chrétien, médico del rey, por quien se creó la cátedra de astrología en la Universidad de París. Tanto los nobles como esta casa de estudios enriquecían sus bibliotecas, tal vez recurriendo a Nicolás Flamel, quien fue también “libraire-juré” de la Universidad. Gracias a una creciente fortuna personal, Flamel, muy involucrado con la ciudad, fue el patrocinador de dos espectaculares arcadas en el Cementerio de los Inocentes, con figuras que desatarían la fama alquímica del donante. Ya que se movía en el epicentro de La Boucherie estaría en contacto con los trabajadores de metales y orfebres de la rue Quincampoix, estableciendo su casa en la vecina rue de Montmorency. Tan cercano en presencia y espíritu a Saint Jacques, patrono de su parroquia por donde pasaba el camino a Santiago, muy pronto su fama y fortuna se tejió a los caminos del peregrinaje, gracias al cual se le supone un viaje a Compostela por donde encontraría a un viejo sacerdote judío que le daría un manuscrito cabalístico, y luego conocería al enigmático maestro Canchez (o tal vez Sánchez), experto en artes ocultas.


En el paso entre el siglo XIV y el XV, la frontera entre las ciencias “lícitas” y las “ilícitas” era muy endeble. Sobre todo cuando por un lado el recuerdo de la peste negra de 1348 (de la que Flamel lograría salvarse) y sus consecuencias seguían muy presentes, y por otro, la guerra con los ingleses iba y venía por oleadas fatales. Aunque los estatutos de las cátedras de astrología excluían la magia y la adivinación, el oro parecía ser un remedio de gran valía en momentos de crisis. El espíritu de curiosidad científica, no podría soslayar la importancia de la alquimia y de la búsqueda de la piedra filosofal. El reino de Carlos V, el rey sabio, fue un imán para astrólogos y alquimistas reputados que venían de otros reinos de Europa, como Tommaso di Benvenuto da Pizzano, que fue el padre de Christine de Pizan, autora de La ciudad de las damas, en la famosa querelle des dames, donde las mujeres tomaban el espacio público. Era pues, un momento singular de tensión de fuerzas con un protagonismo femenino señero, en donde Nicolás Flamel estaba ya sujeto a un destino especial. Como personaje sería el gran descubridor del proceso por el cual no solo la piedra filosofal transmutaría los metales en oro, sino que el cuerpo encontraría su propio oro, la salud eterna. Según la leyenda, tanto Flamel como su esposa Pernelle habían encontrado la piedra de toque que les permitiría dejas sus tumbas vacías, y viajar hasta la inmortalidad.


De alguna manera, esto ha sido así, y Flamel sigue vivo entre las calles de París. Su fama se desataría con fuerza a partir del siglo XV, aunque ya se le asocia al rey Carlos VI, de personalidad febril, que demandaría a Flamel que, gracias a la alquimia, sus arcas se llenaran de monedas de oro, buscando de nuevo salvar a Francia. En realidad, en el convulso y complejo siglo XV se requeriría del liderazgo de una nueva campesina como Genoveva, estaba vez a través de la espada de la doncella Juana de Orleans que partió frente a su ejército para reconquistar el reino para Carlos VII del dominio de los Lancaster. En este periodo refulgente, la moneda de oro recuperaría su fuerza con el nuevo “franco a caballo” acuñado en 1423. Otra vez un deseo de un reino “libre” y franco.


En ese transitar, Nicolás Flamel participa ya de ese diálogo con los magos y con la magia. Es a partir del siglo XVII que los manuscritos alquímicos con su nombre empiezan a salir para publicarse, por primera vez por Arnaud de la Chevalerie en 1612. Tal vez una razón por la que se afirma la leyenda de la peregrinación a Compostela es para legitimar a Nicolás Flamel como alquimista, pues en la península Ibérica algunos lugares como Toledo eran un punto de irradiación de los textos sobre alquimia árabe, cuando en general esta disciplina era relativamente desconocida en Europa. Eso por no hablar de la cábala judía en centros como Barcelona o Tudela.


La peregrinación, pues, también lo era por una ciencia que apenas se estaba forjando, y Flamel se vuelve un personaje que representa a todo un gremio y al espíritu de búsqueda de una época: el alquimista es también un mago, un transmutador de la naturaleza que representa, a partir del siglo XVII esa tensión constante entre la magia y la ciencia. Nuestra conclusión sería que Flamel es en realidad un verdadero alquimista, pues ha conseguido aprender el arte de atravesar los siglos, y sobre todo, logra insuflar, a través de la ficción (que es el inicio de la ciencia) la inspiración, incluso en este complejo siglo XXI, a las nuevas generaciones que quieren explorar las ramas de ese árbol infinito del conocimiento.

 
 
 

1件のコメント


Paco Mendoza
Paco Mendoza
2022年6月12日

Curioso personaje Nicolás Flamel, en cuyo restaurante recuerdo haber comido una vez en los felices tiempos parisinos. Besos

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