La lectura como viaje
- Gabriela Vallejo
- 7 may 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 8 may 2020

Muchos han escrito sobre este tema, tal vez porque no se trata del todo de una metáfora, sino de una realidad. No se puede evitar entrar en un texto como si fuese una puerta que no se sabe del todo a dónde lleva, aunque sepamos algo sobre lo que está detrás de ella. Cada obra es un proceso de pensamiento en el cual acompañamos al escritor, generando a su vez nuestro propio proceso, formándonos un criterio, imaginando las escenas que nos plantea y viviéndolas como una segunda vida que se nos ofrece ahí y ahora. En un ahora que es a la vez pasado, presente y futuro, totalmente fuera del tiempo. Y de hecho, cuando estamos confinados, la única opción a un viaje más prolongado (más largo del que nos permite una película) es la lectura. Hay un libro escrito en 1794, ahora ya un clásico, que es una referencia del confinamiento y que transmite lo que puede ser quedarse en un espacio reducido por 42 días: Viaje alrededor de mi habitación de Xavier de Maistre. De Maistre era un militar de Saboya que por profesión se movía entre frentes en guerra y acabó exiliado en Rusia, viviendo no solo del sable, sino de su pluma y de su pincel.
Como viajero de largas distancias, resulta elocuente el viaje forzoso que tiene que hacer por su habitación, como joven oficial recluido como castigo por un duelo en la ciudadela de Turín. En ese espacio reducido, cada paso es una distancia, cada objeto toma vida y evoca viejos recuerdos. Pero sobre todo, una vez que se adquiere confianza con uno mismo, el propio cuerpo es uno de los personajes que entra en franco diálogo con el alma, reflejada no solo en las pinturas que cuelgan de las paredes, sino en el espejo, conduciéndolo hacia el viaje interior.
Esta obra de Maistre para mí siempre ha sido una invitación hacia un recorrido por todo lo cotidiano, que a veces por falta de tiempo uno se permite rechazar. Pero ahora que estamos frente a un encierro global, la casa se convierte en un ámbito conocido que todavía no acabamos de conocer. Y a veces nos sorprende. Quizá porque opera lo que Freud llamaba el fenómeno del heimlich, de lo familiar, que podía volverse unheimlich, extraño, distinto, a veces inquietante, cuando el inconsciente da un salto. Así que releyendo un poco a Maistre mi habitación de trabajo, siempre tan proclive a transformarse, ha cambiado el color de sus paredes y la altura de sus techos, y me he encontrado esta mañana dentro de un palacio francés cuyos espacios escapan con libertad hacia todas partes. No es un museo como los que solemos visitar, sino una casa abandonada, todavía llena de objetos de antiguos dueños, que está ahí para ser conocida, para ser reapropiada y tener una nueva vida. En ella no se sabe lo que es interior y exterior, pues las ventanas no pueden evitar que lo que está dentro salga y que lo que está fuera entre, incluso si no nos movemos de esa habitación. Allí todo está por rehacerse e inventarse. Incluso ese jardín que ahora estará convertido en un bosque. Así que haber reencontrado la obra de Maistre en un momento como este me ha recordado lo fructífero, fascinante (y por qué no, inquietante, si nos gustan las emociones fuertes) que puede ser nuestro espacio cotidiano.
Excelente invitación a la lectura, de las mejores que he leído desde hace años. ¡Lástima que no dure más, parece el inicio de una novela! –Una novela que querrías empezar a leer ya.
Muy oportuno, muy bien traído. Pero un poco injusto que estemos recluidos como Maistre, cuando al menos yo no me he batido en duelo con nadie (habría perdido)...
¡Qué lindo! Habrá que leer a Maistre. Su libro se evoca muchísimo en estos días. En realidad lo más alucinante siempre es darse verdadero permiso de ir adentro de uno mismo. ¡Qué miedo!
Recuerdo a un amigo, inteligente y sensible que trabajaba en demasía y sufría estrés.
-¿Por qué no paras y te das tiempo de meditar?, le pregunté.
-¡Jamás!-respondió- Vería lo que hay dentro de mi.