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Inventando a Merlín

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 21 may 2022
  • 6 Min. de lectura

Para JJ, descubridor de ríos subterráneos.


Muchas figuras que conocemos tienen diferentes orígenes y genealogías, con lo cual, nunca son del todo lo que parecen ser. Tienen vidas tan complejas como las personas, y de hecho, no dejan de cambiar, pues siguen proyectándose hacia el futuro, nutriéndose por la imaginación de nuevas generaciones que siguen abrevando en ellas, en esos personajes que no solo están vivos, sino que van ganando poder.


Este es sin duda el caso de Merlín, el mago. Primero que nada, él forma parte de esos personajes “duales”, o que forman pareja con otro igual de complejo: nos referimos, por supuesto, al rey Arturo, cuyo camino no está nunca del todo separado del mago, creciendo a su sombra, antes de ganar consistencia por su propio pie. Merlín, por lo tanto, es un personaje generador de vidas, y uno de sus mayores talentos es estar entre los mundos, no solo el natural y el sobrenatural, sino los mundos que han atravesado el tiempo. Su origen suele ser la confrontación, las guerras, la violencia que le arrebata a las cosas el orden que solían tener y se desata un tal caos que solo la ayuda sobrenatural parece ser la respuesta. Uno de los momentos de máxima expansión y de máxima contracción fue el lento declive del Imperio romano que llevó finalmente a su caída en el año 476. Pocos acontecimientos han creado un estertor tan largo y han sacado a la luz tantos vínculos y cruces históricos en una amplitud tan extensa como profunda.


Cuando los bárbaros tocaban a todas las puertas, la influencia de los generales aumentaba en distintas partes del Imperio. Magno Clemente Maximo era un soldado hispanorromano, tal vez oriundo de la provincia de Gallaecia, que junto con sus tropas derrotó a los pictos en Britania. En ese momento Graciano era emperador de Occidente en Roma y Teodosio había sido nombrado por éste emperador en Oriente en Constantinopla (379). Un año antes, luego de la batalla de Adrianópolis en 378 (cuando muere el emperador oriental Valente), Magno Máximo había sido proclamado por sus tropas emperador de Britania, finalmente un emperador anclado en el otro extremo del Imperio, en el norte del muro de Adriano, pero al fin cercano también a la Galia y a su Hispania natal. De origen noble, Magno Máximo se casó con Elena de Caernarfon, una princesa britana. De ellos surgió una descendencia mestiza: entre sus hijos, Victor Flavio, que también sería proclamado emperador, y Sevira, que se casó con Vortigern, gobernante britano bajo cuyo reinado entraron los anglosajones a Britania. A partir de Magno Clemente Máximo se desarrollaría, pues, un linaje que echaría raíces tanto dentro la historia como dentro del mito.


Sin embargo, primero que nada, en esta historia no hay que olvidar que el punto de partida es Roma que teñía de universalidad cada parte de su extenso imperio y establecía una referencia en cada uno de sus confines, es decir, se trata de un centro que es a la vez punto de partida y punto de llegada, al que un Arturo medieval también se dirigiría en su momento. Por otro lado, la decadencia del imperio coincide con una afirmación y una expansión cada vez más contundente del cristianismo, que va definiendo a Europa. En esa expansión, y gracias a las rutas romanas, es que la nueva religión va creando una cohesión y dando un sentido a los nuevos reinos. Estos emperadores militares del siglo IV acuñaron una imagen del poder en el cual, la otra cara de la moneda, era la fuerza de la fe. La fuerza de contención de las diócesis y de la palabra generada por los padres de la Iglesia estaba dando sentido, a veces a través de la violencia o de la persecución, al nuevo panorama religioso. Como un brazo armado por una vacilante ortodoxia, Magno se lanzó contra las doctrinas que salían de los dogmas promulgados por el Concilio de Nicea del 325 y el de Constantinopla de 381, arremetiendo contra los priscilianistas, un movimiento de carácter más ascético. Es aquí, ante la condena de Prisciliano y sus seguidores, acusados de brujería, que Magno Máximo recibió el embate de uno de sus principales interlocutores, Martín obispo de Tours (luego conocido como San Martín de Tours), quien había dejado el ejército en Germania para convertirse al cristianismo con Hilario de Poitiers en la Galia. Aunque él mismo había sido un luchador contra las religiones paganas, Martín fue un defensor de Prisciliano entrando en contradicción con el que era su amigo, el emperador de Britania.


Y en este punto cabe la pregunta: ¿por qué empezamos a ver los trazos de un primer Merlín en este santo taumaturgo? Tal vez porque creemos que la primera prefiguración de Arturo es Magno Máximo, cuyo personaje se fue transformando a la luz de la fe y de la leyenda a partir del siglo V. El emperador de Britania tiene desde el inicio un diálogo con el espíritu: a través de su esposa Elena de Caernarfon, se crea un vínculo con Martín de Tours desde su paso por Tréveris. Elena, hija de un importante jefe britano de Caernarfon en el norte de Gales y hermana del líder Conan Meriadoc, también habría de tomar una posición activa (tal vez incluso gracias a su relación con el obispo de Tours) en la evangelización y en la fundación de parroquias en Gales, con lo cual con el tiempo llegó a ser considerada ella misma una santa. Su hija Sevira (nacida Verch Macsen), también sería una figura relevante cuyo nombre quedaría grabado sobre la columna altomedieval conocida como el Pilar de Eliseg, por haber generado una dinastía que gobernaría el reino de Powys, un importante núcleo urbano galés desde el siglo VI.


Mientras el Imperio se desintegraba, otro más grande, también con su centro en Roma, estaba creándose. Es por ello que en este punto Magno Máximo, el rey fundador con la espada potente, no puede existir sin el propósito de la conversión y de la defensa religiosa tras de él. Martín el eremita, que incluso siendo obispo de Tours por elección de su pueblo, buscaba la soledad viviendo en el bosque en una cabaña hecha de ramas, dejó una huella más profunda a través de sus enfrentamientos con el diablo y su capacidad taumatúrgica, atrayendo tras de sí discípulos hasta la fundación del monasterio de Marmoutiers. El santo caminante iba prodigando milagros a su paso según la leyenda, mostrando que era posible la transformación a través de la palabra, pues la nutría la visión de una verdad superior. A través de ésta, la espada (como aquella a la que había renunciado Martín) podía quedarse enterrada en la piedra. Al final, el poder de su báculo y su aura de santidad acabarían por mover montañas.


A partir de ahí, el mito no haría sino fortalecerse. La Edad Media es una época en donde se fraguaron las grandes leyendas. Gracias a la llamada “Edad oscura”, se tejieron como un gran tapiz distintas tradiciones. Magno Máximo se afincó en ella gracias a la Historia de los reyes de Britania, de Godofredo de Monmouth (de alrededor del siglo XII) y los manuscritos del Mabinogion, las leyendas galesas del siglo XIII. Monmouth también escribió hacia 1135 las Prophetiae Merlini, en donde aparece para la literatura el famoso nigromante, nacido en Caermyrddin en Gales (la “fortaleza de Myrddin”, palabra de la que tal vez provendría Merlín), redactando después una Vita Merlini, alrededor de 1150, en donde el mago era en realidad un profeta que había vivido en el siglo VI en Bretaña. Sin embargo, Carlos Alvar ve ya un rastro anterior, en la Historia Britonum de Nennius escrita en el siglo IX en la que el rey de los britanos, Guorthigirnus (Vortigern) trata de construir una torre sin ningún éxito y será un “niño sin padre”, una sombra del mago, quien descubrirá que bajo la tierra hay un estanque con dos dragones que hacen caer la torre. Según otros estudiosos, Merlín sería un personaje nacido de la fusión de dos personajes mencionados por Giraldus Cambrensis (alrededor de 1220), que se consolidarían en el adivino y mago.


Sea cual sea el caso, nos parece verosímil suponer que sus orígenes sean romanos, en un momento en que el cristianismo está cambiando la estructura de los reinos europeos. En el poder de la refundición tanto de los manuscritos como de la literatura oral en donde las raíces cristianas regresan al paganismo como una vuelta de tuerca, el mito artúrico consolida a Arturo-Magno y a Merlín-Martín, para ir posteriormente hacia la búsqueda del santo Grial. Ambas figuras lo que trazan es un camino espiritual, en el cual el rey caudillo (que como otros tantos también había prometido regresar en un tiempo mítico) se alimentaría de la sabiduría de su acompañante, de su mentor y consejero que es una metáfora de la conciencia que debe acompañar siempre al poder. Sin embargo, la gran capacidad de Merlín como personaje es que no deja de cambiar, no deja de actualizarse y de fundirse en otras tradiciones. Es por ello que él demuestra que hay que creer en la magia, porque ésta no deja de acompañarnos como una de las lecciones que vertebran todas las vidas, sean ficcionales o no: el espíritu es siempre más fuerte que el cuerpo, y la inspiración, unida a la conciencia, logra cualquier transformación.

 
 
 

2 Comments


Paco Mendoza
Paco Mendoza
May 21, 2022

Virgen santa, qué erudición. A mí san Martín me sonaba por lo de que partió su capa con un pobre, que resultó ser Cristo de incógnito, pero ahora ya sé más.

Besos

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gvallejocervantes
gvallejocervantes
May 22, 2022
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Así es Paco, pues ahora lo hemos bautizado como Merlín, y no está mal que el rey Arturo, Magno Máximo, haya sido gallego, ¿no?

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