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Elogio de lo inacabado o la inteligencia de las manos

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 18 sept 2021
  • 6 Min. de lectura

Esclavo despertándose de Miguel Ángel


El tacto es un sentido extraordinario. Puede tener vida por sus propios medios, por la piel que recibe el contacto, o bien por las manos que lo tocan todo y en su exploración incluyen otros sentidos. En su sensibilidad, logran profundizar en las superficies que tocan y transformar así la materia en algo más: en objetos, en arte, en mundo. Cada pequeña cosa hecha con las manos es un mundo en sí, con claves sutiles para descifrarlo, pero el arte es un objeto lleno de puertas, es un señuelo para hacernos bajar por la madriguera del conejo, y como Alicia acabar en un proceso de transformación que no habíamos sospechado. En los caminos del arte, las obras se crean conforme el artista se transforma con ella. Y a veces, la obra se para, llega a su propio límite antes de ir hasta el final imaginado. Dado que el arte, como la vida que representa, es un proceso complejo compuesto de placeres, miedos, preguntas y ansiedades, ¿cuándo se sabe si algo está o no acabado? Tal vez cuando se llega a un punto donde la obra ya no puede resolver la inquietud o la búsqueda que le dio inicio, o bien cuando hay una bifurcación de caminos que lleva a abandonar el proyecto inicial. En cualquier caso, el resultado puede ser de una fuerza que toma al espectador por asalto justamente gracias a su “imperfección”, a una materialidad que nos atrapa en las sensaciones que la contienen.


Plinio el viejo (en su Historia natural, libro 35) es el primero que hace un elogio de esas obras inacabadas porque en esos dibujos preliminares logran verse los pensamientos del pintor, en los bosquejos que quedaron expuestos tal vez gracias a una muerte prematura. Si es cierto lo que dice este acucioso investigador del siglo I, en esas obras inacabadas se ven las entretelas de la creación, es decir, los andamios sobre los que se estaba construyendo la obra. Este tipo de obras no solo están abiertas a la especulación, sino a un diálogo con el autor, en una conversación sobre la elección del tema, el contexto, el orden de las pinceladas o de los golpes de cincel. En esos esbozos lo que se presenta al artista y al espectador es un examen de las posibilidades y del proceso creativo que nunca puede concluirse del todo. Una idea se encadena con otra, una imagen sugiera otra, cada búsqueda sugiere nuevos caminos.


Aunque hay muchas obras inacabadas, el arte “non finito” se volvió una tendencia a partir del Renacimiento. En el momento en que el hombre se sitúa al centro de la creación y existe otra relación con la obra, se toma conciencia de que se deja algo personal además de plasmar en ella la divinidad. Por mucho tiempo, la referencia fundamental era Apeles, el pintor clásico por excelencia, que al morir dejó una Venus inconclusa. Ahí se creó el precedente que Plinio analizaría a través de esas obras que quedan truncas, pero que podrían tener la cualidad de la “facilidad” sobre el excesivo esfuerzo que podría incluso llegar a desvirtuarlas. A veces la perfección puede distanciarse de lo real. Y a veces lo inacabado es la única posibilidad de expresar lo que el artista quiere, en esa búsqueda de trascendencia.


Si bien en el arte gótico la escultura y la pintura estaban ante todo al servicio de lo divino, en el Renacimiento la pintura, bajo el signo de Apeles, era considerada un arte más noble, sentando la diferencia entre Leonardo, que reivindicaba la superioridad de la pintura (como una ciencia basada en el intelecto) sobre la escultura, vista como un arte más manual. Para Miguel Ángel, sin embargo, un bloque de piedra contenía todas las posibilidades de la obra de arte. La pintura, más sujeta al modelo, mostraba una sola perspectiva; la escultura, en cambio, desataba la obra a partir de un bloque: en el exceso de material, la mano creaba siguiendo al intelecto, pero con la libertad que el mismo material ofrecía. La piedra servía para sugerir caminos. Para algunos estudiosos, esa idea contenía el ideal neoplatónico de Miguel Ángel, para quien el espíritu y el cuerpo estaban separados, pero debían entrar en armonía y tratar de llegar a ser uno, en la misma búsqueda de unidad con lo divino. Para él, el bloque de piedra era una metáfora de la condición humana: la materia contenía el alma, la existencia de la obra que todavía no se ha develado. Así que la labor más noble era liberar el espíritu que vive dentro de la materia, a través de la mano que está guiada por el espíritu mismo del artista. En esa tensión entre el ideal y la realización de aquello que se ha imaginado es que crea el “non finito” y tal vez nada lo sea tan flagrantemente como las esculturas de los esclavos de Miguel Ángel.


Debido a los encargos del papa Julio II della Rovere para su tumba, el artista realizó varias esculturas que finalmente no formaron parte de ese proyecto. En esa búsqueda de esculpir a los esclavos confrontando la intención artística a los problemas que ofrecía la materia, las obras resultaron inconclusas. Fue el caso del prisionero o “esclavo despertándose”. La figura parte de una agitación, de una necesidad de movimiento que no termina de realizarse. Hay una pierna recta que parece servirle de eje, mientras que la otra cruza por delante como si tratara de apoyarse en la piedra para moverse. El brazo derecho está enterrado en el mármol, mientras que el otro se levanta y va hacia la cabeza, sin llegar a ella. La cabeza del prisionero, por otro lado, puede estar apenas emergiendo de la roca, o bien perdiéndose en ella, en un olvido de sí mismo. El movimiento del cuerpo poderoso puede buscar romper la piedra que lo contiene, o bien, abandonarse en ella para siempre. El material es roca, es lava, es espuma. Puede estar hablando de un inicio o de un final. Pero el espíritu está ahí, en ese momento de tensión, donde el cuerpo todavía está sujeto por su cautiverio. Y después, el esclavo podría reclamar la fuerza que ya es suya y dejar la roca vacía o cambiar de postura y de perspectiva, y desaparecer para siempre. En este proceso, la obra ya no está modelada de antemano, sino que pasa a lo que sería la escultura en el Barroco, facetada, multidimensional, moviéndose hacia el espectador y cambiando según la mirada.


En el bloque existen en potencia todas las obras de arte, como si dentro ya estuviese una obra que necesitaba ser liberada por el artista, algo que solo él podía ver. Hay varias cosas importantes en el proceso. Primero que nada, la intención de lo que quiere plasmarse, de lo que se quiere crear, que puede resultar tan fuerte que es lo que puede verse cuando la obra no se acaba. Se crea un tipo de búsqueda particular donde la pregunta es más importante que la respuesta, incluso para soportar la etiqueta de “inacabado”. Lejos del latín fecit, el faciebat implica un proceso eterno, pero también imperfecto. Si solo Dios era perfecto, el hombre era su obra, siempre en movimiento y evolución. Para un espectador, la fuerza del “non finito” es enorme. Y a veces es más bien una demostración de intenciones: Zurbarán, con humildad o con conciencia firmaba faciebat, mientras Tiziano se empeñaba en un orgulloso fecit fecit.


Sin embargo, la imperfección y la impermanencia, la idea de evolución ha despejado el camino hacia el arte contemporáneo. En cuanto el objeto de contemplación es el hombre, como un centro, se inicia el diálogo con una divinidad que no está fuera, sino dentro de sí mismo, en su capacidad creativa, en una inspiración que el artista reconoce como parte de algo mayor, como sea que él lo defina. Cuando estamos frente a un “non finito”, estamos frente a una obra abierta, en donde otros espectadores o artista pueden imaginar otras soluciones, otros finales, o incluso pueden usar esos esbozos para crear otras obras. De alguna manera, los esclavos de Miguel Ángel nos hacen sentir hasta qué punto estamos atrapados por la materia y no logramos liberarnos del todo. Es un momento de encierro, de prisión, de desasosiego de pertenecer a la pesadez de la materia. Pero la perspectiva del arte permite al espectador a la vez un presente infinito y un instante de conciencia que puede acabar por romper la piedra.

 
 
 

1 Comment


Paco Mendoza
Paco Mendoza
Sep 18, 2021

Me parece interesantísimo, una vez más un tema original y un desarrollo impecable.

Un abrazo

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