El laberinto como metáfora
- Gabriela Vallejo
- 3 sept 2020
- 2 Min. de lectura

Una imagen que nos ha acompañado desde el inicio de los tiempos es el laberinto. Cuando nos acercamos a los grabados rupestres, el círculo concéntrico característico va acompañado de escenas de casa, de símbolos solares o de hombres con armas. El laberinto podría tener, como en los glifos desde Northumberland hasta Finlandia, una filiación con la fecundación, con el origen de la vida misma. Sabemos que se relaciona también con otras formas como la espiral, y por añadidura con la serpiente por el rastro que deja, derivándose hacia un símbolo de eternidad. Por otro lado, el laberinto también se asociaba con nudos y lazos, usados por iniciados en sociedades secretas, en donde el conocimiento quedaba oculto en la forma. El nudo desatado implicaba tal vez la liberación de un conocimiento, de una suerte de regeneración, antes de tomar un nuevo significado. Lo que me parece impactante es cómo el laberinto toca tantos niveles de existencia, pero su sentido profundo siempre se nos escapa.
Tal vez es porque desde hace mucho tiempo es algo tanto material como inmaterial. Desde Egipto, este tipo de edificaciones representaban lo mejor que había logrado la industria humana. Gracias a la curiosidad del hispánico Pomponio Mela o de Plinio el Viejo, tenemos relatos de las magníficas construcciones del laberinto egipcio, imagen en continuidad con los posteriores laberintos griegos pintados por Tucídides y Jenofonte. El laberinto, como sea que lo encontremos, se asocia a un camino espiritual; implica callejones sin salida y bifurcaciones en las que al tratar de elegir la mejor ruta hay siempre un riesgo de perderse. Por todo esto para mí representaría un símbolo de la vida misma, con sus pasos inciertos que nos llevan a sendas a veces inesperadas. El mito le ha dado quizá otra dimensión a esas construcciones. La casa del Minotauro tal vez haya estado situada entre las ciudades de Cnossos o de Gortina, en la isla de Creta, o tal vez haya sido edificada en una serie de cuevas y túneles en Skotino en donde se han encontrado rastros de tesoros arqueológicos. El Minotauro, un mestizo sobrenatural nacido de Pasifae y de un toro, que vivía en el centro del laberinto y era poseedor de una singular violencia, parecía ser capaz de restaurar los equilibrios si se le ofrecían jóvenes vírgenes. Teseo, al matar al Minotauro para salvar a Ariadna, parecería haber terminado de un tajo con todos los peligros.
Sin embargo, esto no es así. El Minotauro sigue vivo, pues ha cambiado su esencia. El laberinto, en su figura misma, representa una espiral física o mental que no admite explicaciones fáciles, aunque siempre exista una salida. Y muchos de nosotros nos encontramos en su puerta. Nuestras obsesiones y angustias nos llevan a la paradoja que nos pierde por nuestros propios caminos. La vida está regida por esa figura circular llena de opciones, atormentada por sueños angustiosos, por obstáculos y decisiones que nos hacen regresar sobre nuestros pasos. El objetivo, pues, sería encontrar el centro del laberinto físico o mental, un centro simbólico en donde nuestra propia naturaleza paradójica, lógica y salvaje, unida en una sola, desate el nudo y nos pueda proporcionar el mejor camino de salida, el verdadero sentido para resolver las complejidades de nuestra propia travesía vital.
Más que maravilloso texto. Cada vez son mejores tus escritos en este Blog. ¡Bravo!!