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El espejo o las complejidades de reflejarse

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 11 jul 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 13 ago 2022


Fotografía de Michael Gaida


Una de las cosas a la que no se puede escapar es a los espejos, a esas superficies reflejantes que están en el agua, en la humedad, en las piedras lisas, en los cristales y en los metales pulidos. El reflejo implica la mirada de la autoconciencia e incluso más, si eso puede decirse: al reflejarse en una superficie se genera inevitablemente el fenómeno del doble, de aquel que nos mira (muchas veces nosotros mismos), pero en sentido inverso. Y sin duda éste es un fenómeno que puede resultar de lo más perturbador. A Borges le causaba un auténtico horror ese tipo de desdoblamiento, pues creaba un doble de la naturaleza en un espacio aparentemente vacío. Pero, ¿lo está en verdad? Ciertamente, el doble suscita una respuesta en el que mira, un fenómeno de observación que va más profundo de lo que puede sospecharse a simple vista. Se generan toda una serie de pensamientos que elaboran la imagen en algo más profundo. La mirada se transforma en un proceso de conocimiento, como un diálogo, a través del cristal.


Haciendo un salto en el tiempo, los primeros espejos conocidos aparecen alrededor del 6200 a.C en Çatal Hüyük, en Turquía, como nos lo recuerda Mark Pendergrast, en su libro sobre el tema. Hechos de lajas de selenita, éstos fueron luego sustituidos en Egipto (El-Badari, alrededor del 4500 a.C.) por el bronce y el cobre, tanto para reflejar el cuerpo como el espíritu: no solo se usaban para efecto cosmético (tanto para maquillarse como, en el caso de los sacerdotes, para afeitarse la cabeza) sino para acercarse a la divinidad: no hay que olvidar que Hathor, la diosa del amor y la belleza, tenía un espejo entre los cuernos de vaca que representaba al ojo del dios solar Ra. Los egipcios creían que cada persona tenía un doble llamado Ka, que era la esencia de la persona, su energía e identidad, en contraposición a Ba, el alma o la conciencia, representada como un pájaro que puede tomar el vuelo. Los espejos ayudaban a preservar el Ka, incluso después de la muerte.


Posteriormente en la cultura china, los espejos siguieron hablándole al espíritu. Hechos de jade, hierro y bronce, se decoraban con plantas, flores, dragones, frutas e insectos, mostrando siempre la ambivalencia de la creación: de un lado la existencia del mundo y del otro el cosmos y la esencia oculta de las cosas. A lo largo de su trayectoria, el espejo siempre ha sido una metáfora, y por su capacidad de reflejarlo todo, pronto fue considerado un objeto mágico. Tal vez parte de la magia estriba en que el espejo es capaz de encarnarse en cualquier metal, incluso en las piedras de las culturas amerindias, la pirita, hematita o magnetita, desde los reflejos dorados, rojos y ocres, hasta la negra antracita o la obsidiana. Y en este artefacto especial, el fondo es la forma. Podría decirse que en todos los reflejos está de una manera y otra presente el sol: el chamán ofrecía a veces sacrificios humanos al dios jaguar que tenía ojos de espejo. Esto se debe sin duda al tapetum lucidum, una serie de células detrás de la retina de los felinos que reflejan los rayos luminosos para mejorar la visión cuando la luminosidad es escasa. Esta capacidad de visión nocturna es la que trata de poseer el chamán a través del espejo. En el mundo maya, éstos se vuelven protectores en la batalla puestos en la espalda de los guerreros, o en sus peinados elaborados, y eran una línea de continuidad entre los cenotes, los ojos y el fuego, que reflejaban otras esferas que no dejaban de mirar al hombre.


Los espejos, por tanto, siempre han sido puertas, hacia la visión, hacia la comunicación, hacia una experiencia creativa que, como una fuerza subterránea, activa las potencias dormidas del espíritu. El espejo es un lugar de encuentro de miradas que al final abren un camino. A través de un primer reconocimiento, se cede el paso a la búsqueda de respuestas, a un descubrimiento más profundo, aunque no siempre de eso que esperábamos encontrar. No por nada Borges habla en sus versos de su presencia inquietante. O porque llevan otras potencias inquietantes bajo esa superficie cristalina. A este respecto, vale la pena recordar el delicado relato de Henri de Régnier, L’entrevue, en donde su personaje, que él describe como un dilettante de la lumière, descubre, en una puerta de espejos en un deteriorado palacio de Venecia, a su antiguo propietario: un noble del siglo XVIII que de repente lo acompaña, en la soledad de su exquisita estancia de estucos, a través de una mirada furtiva. Esa sombra venida de otro tiempo adquiere cada vez mayor consistencia, sin importar si es un juego de fantasmagorías o un verdadero encuentro entre dos seres habitados por la melancolía. Pues el punto de partida frente al espejo siempre es justo el lugar donde estamos parados, tanto dentro como fuera. Y al final, a través del contacto, ambos pueden volver a la vida en el encuentro con el otro. El espejo es siempre humo, como el atributo del hermoso Tezcatlipoca, el dios mexica de la oscuridad y de lo invisible. En la dualidad con la luz, en ese juego de imágenes contrapuestas, siempre se puede ir más allá. De alguna manera, en el espejo están todas las opciones de lo que podemos percibir, tanto en su superficie cristalina como en el dorso, donde todas las culturas han dejado una huella de lo que ha sido el mundo para cada una. Este artefacto luminoso, por más material que parezca, es en realidad un transmisor de sintonías y un punto de intersección entre mundos. Finalmente, se requiere del reflejo para entender que todo lo que está ahí concentrado y palpitante también nos mira, y también viene a nuestro encuentro.

 
 
 

2 Comments


gvallejocervantes
gvallejocervantes
Jul 12, 2021

¡Gracias, Paco! En realidad soy una mujer curiosa e informada, y es que vivimos en un mundo sorprendente...

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Paco Mendoza
Paco Mendoza
Jul 11, 2021

Hay que ver cuánto sabes, no tenía ni idea de esa prehistoria del espejo...

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