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El coronavirus y la otra realidad

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 10 abr 2020
  • 2 Min. de lectura

Parece increíble, pero hay cosas que hacen que el tiempo se pare. No solo cuando retenemos el aliento o cuando miramos algo que nos deja perplejos es que los minutos parecen dejar de correr por algunos instantes. También algo que sucede por todo el mundo en el mismo periodo, y que crea miedo y zozobra al contagio y a la enfermedad, puede hacer que dejen de latir esos relojes tanto como lo hace el corazón: es la muerte la que ha dado una campanada, tranquila, melancólica, sutil, pero ciertamente audible. No es que no mueran personas todos los días por las razones más diversas, es solo que ahora hay una muerte anunciada que nos recuerda nuestra propia fragilidad y la fragilidad de nuestras instituciones. Al final no sabemos si es nuestra muerte o la del mundo tal y como lo conocemos la que nos da miedo: que las cosas cambien tanto que no veamos en ellas las seguridades que nos habíamos planteado, que no logremos, a pesar de todos los esfuerzos, quitar a la muerte de la ecuación de la vida. Todavía la ciencia no ha encontrado algún tipo de vacuna que nos impida envejecer y al final debemos partir hacia ámbitos de los que decimos no saber nada.


Pero ahora un virus plantea una evidente alteración: es apenas una partícula con un genoma rodeado de proteína que requiere de una célula viva para tener una raíz en nuestro mundo, cambiando la vida de su huésped. Es así que adquiere el poder de transformar su vida y la de todos los demás. Me parece que es una aparición prodigiosa en su estructura y estremecedora en sus posibilidades, como todos los virus. Pero éste es un pequeño fantasma que está haciendo temblar nuestros muros, pues ha parado la actividad principal de más de 180 países en el mundo. Una insospechada fuerza para una esferita coronada. En esa paradoja estriba una enorme verdad: son a veces las cosas minúsculas las que tienen un mayor efecto en nosotros y en nuestro entorno, esos detalles en donde salta la generosidad, la capacidad de valorar los gestos, las compañías, las necesidades básicas. Ir hacia lo esencial puede tener un efecto que se irradia más allá de donde pueden ver nuestros ojos. Y esto es lo que cambia el tiempo. Ya no estamos desplegándonos hacia el exterior, sino recogiéndonos en un espacio donde el tiempo es abolido, pues está fuera de la realidad cotidiana a favor de la significación inmaterial. Estamos en el tiempo del gozo, del placer, del eterno presente. Así que a pesar de lo que suceda después de un periodo de cuarentena que para algunos también parece infinito, se está abriendo paso esa otra realidad, como opción para cualquiera que desee salir de los trasiegos de ésta.

 
 
 

1 Comment


Paco Mendoza
Paco Mendoza
Apr 10, 2020

Tienes mucha razón, y solo unos cuantos (Hawking, Gates...) lo habían predicho. Si salimos de esta, ¡que tiemblen los bares y los restaurantes!

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