El camino hacia el silencio
- Gabriela Vallejo
- 27 abr 2020
- 2 Min. de lectura

Para muchos puede ser insoportable. Tan temido como indeseado. Vivimos en tiempos en donde el ruido lo traspasa todo, diría que flota en el mismo aire que respiramos y lo absorbemos sin darnos cuenta. Es otro tipo de virus. Y quizá más pernicioso, pues no permite que haya el suficiente sosiego interior para escuchar y entender los propios pensamientos. Y suele ser un enemigo de la lectura y del arte en general, tal vez tan solo porque son tan contrarios en naturaleza. El arte implica un encuentro y el ruido una dispersión, un alejamiento, un olvido. Pero, ¿qué es lo que queremos olvidar? Tal vez que transcurrimos en el tiempo, que éste puede ser nuestro amigo o enemigo, dependiendo de cómo hemos definido la vida. El ruido rápidamente se hace aliado del miedo o del aburrimiento, de dar vueltas en círculo para evitar encontrar la puerta de entrada hacia nosotros mismos.
El ruido parece haberse vuelto, paradójicamente, una presencia silenciosa: ya no nos damos cuenta de que está ahí, pero lo extrañamos cuando estamos solos, cuando no tenemos ningún medio a mano para escapar hacia ninguna parte. Sin embargo, ahora, en el espíritu de encierro, tenemos pequeños seres que rompen la soledad y que nos permiten salir al mundo. Los perros son esos acompañantes silenciosos pero elocuentes que mantienen una conversación por otros medios que nada tiene que ver con la palabra. Y el paseo a su lado a veces nos lleva a lugares insospechados, en donde un momento se queda congelado en el tiempo. Eso es lo que puede verse en la magnífica pintura del noruego Johan Christian Dahl, una visión nocturna de río Elba en Dresden, realizada en 1826. En la tranquilidad de la noche parece ser la luna la que actúa como testigo del silencio del mundo, del silencio de un hombre que pasea con su perro y que se detienen junto al río para mirar lo que se extiende frente a sus ojos como un escenario. No se sabe lo que piensa el hombre ni lo que piensa el perro, pero sin duda ambos están compartiendo ese momento de serenidad como un encuentro. Esa introspección en la que todo se detiene mientras dura la mirada y luego los pensamientos se echan a andar para explicarse el mundo y sus pequeñas cosas. Para eso sirve el silencio: para construir realidades mucho más ricas con esa observación muda de lo que se abre frente a nosotros.
Lindo!!! El silencio es muy valorado por las culturas orientales y sus meditadores, no así en nuestro occidente, contaminado de todo, también de sonido. ¡Gracias por la reflexión!