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El arte de fluir

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 21 ago 2021
  • 6 Min. de lectura

Ondina, ilustración de Arthur Rackham.

La vida parece estar llena de escollos y la infancia es el periodo donde todo empieza, es el periodo de las fundaciones y de los descubrimientos, y también de la supervivencia. Aunque se ve como una época dorada, también implica grandes caídas, y algunas búsquedas. En ese camino de los primeros años es donde nuestra curiosidad va acompañada de libros e imágenes que dan sentido a nuestras vivencias y los cuentos infantiles a veces crean surcos que dejan una impronta de lo que puede ser el mundo que se despliega ante nuestros ojos.


De alguna manera, vivimos dentro de un fluido constante (tal vez porque nacimos del agua, como Venus), pero a veces éste nos arrastra en sus corrientes, por lo general subterráneas. Y entonces aparece uno de los fenómenos más interesantes que puedan existir, que es el de las turbulencias, en donde la realidad fuera o dentro se desordena y surgen los torbellinos. En la infancia, al estar todavía acostumbrados a flotar en aguas mansas, existe la posibilidad de un escrutinio más profundo de ese desorden (que a veces proviene de los adultos), y en ese proceso se formulan preguntas profundas que van encontrando respuesta. Tener el beneficio de la lectura no solo va ampliando el mundo interior, sino que ofrece una estructura para sustentar esas respuestas cuando todavía no hay suficiente experiencia vital. Los libros ofrecen una comprensión frente a las perturbaciones que no cesan, y permite a veces encausarlas hacia trayectorias más continuas o bien encontrar el camino para permanecer en su vórtice, en su eje interior.

La lectura no es solo una carta de marear, sino que provee relatos de todo lo que se ha podido vivir durante generaciones. De toda esa experiencia saldrá nueva energía que nosotros pondremos a la vida y también se reflejará en nuevas historias, como un eterno fluir. Como el agua que nos da origen. El agua representa. por un lado, la adecuación del contenido a la forma, de todo aquello que nos contiene y por tanto, también se refiere al cambio constante, pasando en un segundo de la calma y el orden al caos. Esa turbulencia es la energía que nos ayuda a despertar de un flotar, a veces sin rumbo, y nos lanza a nuevas búsquedas de equilibrio, y por ello es una de las fuerzas más complejas.


Aun para la dinámica de fluidos que estudia los patrones y trayectorias de los líquidos, no es fácil entender los desafíos de la irregularidad y el desorden. El físico Werner Heisenberg, que había estudiado las propuestas de Einstein, estaba perplejo ante la complejidad de la turbulencia. Y nosotros no dejamos de vivir en ese principio de incertidumbre, en esas aguas y en esos flujos, y a veces la confluencia de la historia y la imagen en nuestra infancia nos da las pautas para entender el caos y la manera de llegar al vórtice, allí donde la presión es mucho menor y se forma un espacio de quietud.


Y en ese espacio de caos, el agua sigue ofreciendo una de las mayores incógnitas. En mi caso, ha sido siempre una fuente de angustia constante que parecía salirme al paso por todas partes. Incluso me daba la sensación de que los pozos y los ojos de agua eran puertas por las que uno podría ser tragado hacia un mundo subterráneo del que difícilmente se podría salir. Ni siquiera las piscinas o los riachuelos parecían más amistosos, pues en cualquier cambio o cualquier traspié podía sentir la mano fría de la muerte que me llevaría hasta el fondo. Y qué decir del mar: tiene una dimensión inconmensurable, en donde parecería existir una fuerza de gravedad que me llevaría a ser arrastrada (y tragada como las fauces de la ballena de Jonás) dentro de esa masa que esconde un mundo con animales enormes y extraños, entre vestigios de galeones y otras civilizaciones perdidas, o todavía no encontradas. El agua todavía sugiere ser el reino de la muerte, formando una dualidad con la vida.


Pero por fortuna, en esos tiempos primeros varios relatos vinieron en mi ayuda. Antes que nada, en el amplio repertorio de los hermanos Grimm está la historia del agua de la vida en donde tres hijos se lanzan a la búsqueda de ese exótico remedio, que nadie había encontrado hasta entonces, para que el padre pudiera sanar de una enfermedad desconocida. Por supuesto es solo a través de un camino de humildad y verdadero amor que el hijo pequeño (a diferencia de los hermanos mayores) logra encontrar ese manantial en el castillo encantado de una hermosa princesa. Hay, pues, la enseñanza de que al tomar un camino de virtud, o de sabiduría, se puede llegar a encontrar esas aguas dulces y curativas que revierten el proceso de enfermedad y muerte (y por supuesto, en el camino el hijo menor también se lleva a la chica). El agua es fundamental para sostener a la vida o para crearla. Otra historia que conjuraba el miedo, era aquella de Ondina, esta vez acompañada por la espléndida imagen de Arthur Rackham. Rachkam es uno de los ilustradores más destacados de la escuela inglesa de acuarela de principios del siglo XX. Ya como un joven dibujante se entregó a una continua experimentación, dedicándose especialmente al estudio de la naturaleza. Y eso incluía los flujos y el caos de las cascadas, tal y como lo había estudiado Leonardo da Vinci, tomando muy posiblemente de él (como nos lo recuerda el físico Philip Ball en su libro sobre los fluidos), la percepción de las ondas y la turbulencia, que van desde el pelo de la sirena, hasta las aguas que esconden más de lo que muestran. En una lectura muy posterior, esta ilustración me hace pensar en la bíblica Susana y los viejos que la espían, cautivados ante su turbadora belleza. Pero para un ojo infantil, las náyades (con un componente humano) son esas divinidades acuáticas que dominan las potencias contenidas en esas vertientes, hasta tal punto que la imagen misma de Rackham es una representación tanto de ese poder sobre las aguas como del placer que representa entregarse a esa fuerza interior.


Vista desde mi infancia, es una imagen de fuerza femenina (inmersa en sí misma, en la seguridad de quién es) que somete a todo aquello que puede generar el miedo, sobre todo en las aguas profundas e incontrolables. Dado que desde temprana edad estamos expuestos a la ansiedad y la frustración, al miedo, al deseo y al rechazo, los cuentos de hadas, y las ilustraciones que los acompañan, son nuestros primeros informadores. Y son especialmente efectivos no solo porque explican los procesos emocionales, sino porque le hablan directamente a nuestra intuición y a la creatividad. Y porque siempre está presente el recurso de la magia, que genera soluciones sorprendentes y aceptables dentro del dominio infinito de la imaginación. En este sentido son elocuentes las palabras de G. K. Chesterton, para quien las historias de magia pueden expresar que la vida no solo es un placer, sino que es una suerte de privilegio excéntrico. En esa sutil ironía, la vida es una suerte inexplicable que a veces nos permite hallar soluciones en los hechos irracionales o extravagantes que se nos pueden presentar.


En esta línea de pensamiento, estos relatos fantásticos hablan no solo de las fuerzas oscuras, sino de cómo podemos enfrentarnos a ellas. Por ello, los cuentos y las imágenes son una fuente que muestra cómo lo inusual tiene en realidad mucho sentido. Y al final, esa magia, esa posibilidad de que lo extraño y lo insólito se manifieste, es la que abre la puerta a la creatividad y a la búsqueda científica. Es decir, plantean la pregunta de cuál puede ser la realidad, bajo la guía de nuestra propia experiencia interior. Más allá de la emotividad infantil que se moldea a través de los cuentos de hadas, tal y como la estudiaría Bruno Bettelheim, se fragua, sobre todo, una experiencia única de percepción, a través de un elemento o un relato que se queda en la memoria, como un elemento fundacional. Hay algo ahí que es significativo y que permanece dando vueltas, pero, según mi propia experiencia, no sucede solo en la infancia, sino que representa una referencia recurrente que puede ofrecer soluciones incluso a turbulencias futuras. Es una confirmación de que la magia existe.

 
 
 

4 Comments


gvallejocervantes
gvallejocervantes
Aug 21, 2021

Si, yo supongo que tiene que ver con el mayorazgo, y que los hermanos menores se quedaban con menos herencia, o menos posibilidades de apoyo paterno. Habría que pensar en lo que es el mito del "hermano mayor" y del "legítimo primogénito", que crea tantos problemas, incluso en la Biblia. Por lo menos los cuentos infantiles restituyen cierta justicia, desde este punto de vista, aunque también recalcan el celo que genera el que sea el menor el que resuelva el problema, lo que a veces lleva al asesinato. Son también los primeros relatos policiacos, como bien dices. Y en cuentos folclóricos, tú eres la eminencia.

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gvallejocervantes
gvallejocervantes
Aug 21, 2021
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Y en los romances ¿cómo se da esta visión del hijo pequeño o de la compensación?

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Paco Mendoza
Paco Mendoza
Aug 21, 2021

Original, como de costumbre. Y es curioso que en los cuentos siempre sea el menor de los tres hermanos el que consigue lo buscado, lo que no sienta bien a los otros dos, que en algunos casos terminan matando al menor, y es uno de sus huesos el que desenmascara a los asesinos (el cuento folklórico The singing bone).

Besos

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