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Atravesando el rojo

  • Foto del escritor: Gabriela Vallejo
    Gabriela Vallejo
  • 29 ene 2022
  • 7 Min. de lectura

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El rojo es el color de la historia, del mito y de la pasión que ha acompañado el paso del hombre dotándolo de un carácter especial, entre sagrado y trascendente. Su naturaleza esconde no un tono, sino una suma tonalidades que habla de viajes, de confines y de fronteras para encontrar los elementos para crear un tinte particular. El rojo es el color de una larga búsqueda, dado que ha sido uno de los más difíciles de producir. Y por mucho tiempo ha sido el color de varias épocas, que esconden antiguos mitos, en las que se incluye el periodo navideño, como una gran inmersión escarlata. Las celebraciones pasan, pero el rojo permanece y retoma sus raíces: está asociado a la fuerza vital, a la sangre, a la fertilidad y a la vida, y esa intensidad que se puede ver, se transforma en aquello que simboliza.


Como tantas cosas en la experiencia humana, lo real se engarza a lo mítico. Desde ese momento, el color escapa… Pero su raíz se encuentra por todas partes. Para el historiador Michel Pastoureau, el rojo implica la sangre y el fuego, dos caras de la misma moneda que no ha dejado de rodar a lo largo de los siglos. Aun si el fuego no es realmente rojo, se ve como algo vivo, y en sus transformaciones toma el color de la vida. El fuego entró como un factor de transformación en la vida humana desde hace 350,000 años, y ha generado un espacio propio: todo sucede alrededor de él, sobre todo cuando adquiere el concepto de hogar, como lugar de celebración y de sacrificio. Pero es ante todo un elemento divino que va más allá de la visión de la cotidianeidad. El fuego se une a la sangre que “hierve”, que se enciende y brota para purificar y fertilizar la tierra. El semen no es sino una variante de la sangre que se regenera para crear vida. La navidad y el principio del año indica una época de renovación, de un principio de vida nueva, que arrastra consigo todos sus pasados. Todavía se filtra la influencia del mitraísmo, en donde el sacrificio de un toro con un manto rojo apuntaba hacia la figura de Mitra-Cristo. Pronto el vino toma el lugar de la sangre, como fuente de energía, salud y gozo, relacionado también con Dionisos. En esas raíces, hay una panoplia de mitos que se engarzan alrededor del rojo y de su significación vital.


Pero también en su uso está su técnica, cómo se fabrica, de dónde viene. Cada tono es, al igual, un elemento químico que ha servido para algo: el cinabrio, que era un sulfuro de mercurio, se usó para preservar los huesos y para pintar, si visitamos las cuevas de Almadén y el arte esquemático de sus paredes que viene de la época de bronce. El cinabrio también se usó desde los frescos de Pompeya hasta los manuscritos chinos y luego los medievales que querían mostrar la exuberancia de su combinación cromática, resaltada por el tono escarlata. Su uso implicaba una técnica, pero en cuanto el mundo entró en una mayor expansión, el color encontró su vertiente orgánica: un nuevo tinte fue descubierto al utilizar el insecto Kermes, que se concentraba en un tipo de roble en el Mediterráneo. Durante la Edad Media, el carmesí (de cremesín, derivado del nombre del insecto, tan cercano al qirmiz árabe y del persa ghermez) y el carmín (del francés) tiñó de un color de nobleza las telas, generando el cramoisy, la tela carmesí.


Los colores siempre han reflejado el mundo de su época, y también significaban rango y distinción, especialmente un color como el rojo, que costaba tanto producir, y que solo podían permitírselo las clases adineradas, siguiendo lo que las leyes suntuarias especificaban para cada estrato social. Además del código de colores, se prohibía que la gente del común usase terciopelos, seda, perlas y joyería, pieles y otro tipo de objetos, como las espadas, que por otro lado, tampoco las podían adquirir. Incluso los botones, muy de moda y escasos hasta el siglo XIV, estuvieron restringidos en la vestimenta popular. Durante toda la Edad Media, solo los nobles europeos podían usar el escarlata, que requería de gran cantidad de kermes para la creación del color.


Tal era la pasión por este tono que a partir del siglo XV y XVI, los maestros tintoreros eran uno de los oficios más importantes, que tenían que conocer las plantas, insectos o metales que se requerían para conseguir los colorantes, y saber qué gamas estaban permitidas y cuáles prohibidas (según los reglamentos, muchas veces los tintoreros de rojo no podían teñir de azul, aunque si podían acercarse a los amarillos, creando ciertas familias de colores), en un mundo en donde crecían las posibilidades suntuarias. Cada tono y cada tela fue requiriendo de mayor especialización y un uso más cuidadoso de los pigmentos para crear las mezclas adecuadas (y los ingredientes para fijarlos como los taninos, el alumbre, el crémor tártaro, el hierro o el cromo). Los pigmentos se aliaron a los textiles para recorrer el mundo. Se desató una competencia por conseguir la mejor materia prima, a través del comercio en el Mediterráneo y de las rutas asiáticas, Y conforme se acrecentaba el poder de los nobles, el rojo se volvió el color más buscado en Europa.


Algunos gremios se dedicaron a desarrollar este color, y algunos se volvieron muy famosos, como el de la ciudad de Lucca, especializado en la seda carmesí. Pronto en las ciudades italianas como Venecia, Florencia y Boloña, y en otras más allá de los Alpes trataron de conocer los secretos de sus combinaciones, y en el siglo XV se desarrolló la búsqueda de un carmín más profundo, más intenso, más cercano a la púrpura imperial. Era un símbolo de poder y prestigio, de sangre y sacrificio, de fuego y divinidad. En este momento, todos los simbolismos se reunían bajo el color mítico, en un tono que en su profundidad y en su importancia simbólica desde tiempos incluso olvidados, apuntaba inequívocamente hacia la trascendencia.


Y tal vez no por casualidad, un hecho cambió la ruta del color: cuando en 1521 cayó la ciudad de México-Tenochtitlan, y se tomó conciencia del Nuevo Mundo, se abrieron posibilidades que los monarcas europeos ya habían podido vislumbrar con la llegada de animales, objetos y productos que estaban entrando, no por el Mediterráneo, sino por la puerta de Sevilla. Algunos tejidos fueron la pista de un tinte que tenía un poder de penetración aun mayor que los insectos coccoidea originarios de la India, Egipto, Armenia y Polonia. Los tintes que habían llevado los fenicios por Asia y Europa parecían palidecer ante la grana cochinilla que había suscitado un segundo descubrimiento de América. Ese tono especial de rojo se usaba en México y Perú desde el siglo segundo antes de Cristo. y también era casi privativo de los textiles ceremoniales de sacerdotes y gobernantes. No solo nuevos textiles traían ese enigmático color, sino que incluso las obras de arte plumaria que llegarían a lo largo del siglo XVI, llevaban plumas finamente teñidas con los jugos de la grana, desde los impactantes escudos prehispánicos hasta las delicadas imágenes religiosas cuya iconografía que ya se veía modificada por el trabajo indígena. Gracias a una técnica depurada en esos 1500 años tanto en México como en Perú, se creó una nueva especie de cochinilla, la Dactylopius coccus, que se adhería a los cactus y que producía mucho más tinte, dando como resultado un rojo vibrante. Una vez más, el color de la sangre (de la cochinilla llamada en náhuatl nocheztli, la “sangre de nopal”) era una ofrenda de sacrificio a los dioses. Tal vez tan impresionante como debió ser el recinto que albergaba el tesoro de Moctezuma lo era el mercado, el tianguis, para los españoles recién llegados, en donde se vendían alimentos y granos nunca vistos, como el maíz, además de animales extraños, cerámica pigmentada, plumas de los más variados colores y telas, coloreadas con una intensidad que suscitaba admiración y curiosidad. Y entre esa variedad, como lo recordaría Bernal Díaz del Castillo, se ofrecía un pequeño insecto, que era uno de los tributos más preciados para los gobernantes mesoamericanos.


A veces, hay elementos y productos culturales que también realizan conquistas, en un camino inverso al de las empresas militares. Éstos muestran que el camino es el continuo intercambio e influencia, y que nuevos elementos abren nuevas puertas y posibilidades, no solo técnicas, sino también económicas. La cochinilla era esa nueva puerta. Al final, la búsqueda de ese rojo profundo también seguiría produciendo sangre y fuego: las incursiones de corsarios y de otros agentes ingleses, franceses y holandeses para hacerse con ese mercado. Y acabó teniendo un éxito rutilante. De hecho, muy pronto los tintoreros de Flandes se volvieron expertos en el tinte de cochinilla, hasta inundar de escarlata sus tapices que se vendían en los territorios ibéricos. Con ese carmín intenso se creó un camino de ida y vuelta, y como un estandarte de poder, ha teñido a lo largo del tiempo el color de ejércitos y luego de ciertas ideologías.


Sin embargo, su identidad parece siempre señalar a sus orígenes, con una identificación más profunda con esa fuerza que salta a la vista, con la sangre que pulsa en nuestras venas y nos impulsa a la búsqueda, a encontrar el rojo en nuestro camino, que nos da la capacidad de entender que un color es ante todo una percepción cultural e histórica de la que formamos parte y que nos arrastra en su flujo. Es por tanto el color de nuestras batallas, interiores y exteriores, y el vínculo con divinidades antiguas y con aquellas que siempre han estado ahí, detrás de nuestras creaciones y expectativas. Por tanto, atravesar el rojo, que lo veamos o nos enfundemos en él, implica un proceso de transformación en algo más, que lo sepamos o no. Con él retomamos una fuerza ancestral, que es el empuje hacia algo nuevo, hacia un año nuevo, y nos hemos cargado sin darnos cuenta de esa identidad primera que dejaba su impronta en las grutas de Chauvet o de Altamira. Es el color de la sorpresa, de la pasión, de una nueva aventura. A pesar de los grises de nuestro tiempo, lo único que tenemos que hacer para atravesar el año, es apelar al instinto de crear, a tocar de nuevo el fuego.

 
 
 

3 comentarios


gvallejocervantes
gvallejocervantes
29 ene 2022

¿No te sientes diferente si te vistes de rojo?

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Paco Mendoza
Paco Mendoza
30 ene 2022
Contestando a

No lo he hecho nunca, pero me ponen mucho los zapatos rojos con tacón de aguja...

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Paco Mendoza
Paco Mendoza
29 ene 2022

Interesante y erudito, como siempre. Ahora veremos el rojo con otros ojos... Besos, Paco

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